Capítulo 1, Parte 1 – Despedidas y acogidas

La mudanza no había sido para tanto. El conductor de la furgoneta me dejó conducirla hasta pasar por el puente de Vallecas, y después se encargó él de llevarme hasta el portal de mi tía Lina. Ah, la colosal calle del pijerío madrileño…. ¿Estaría alguien como yo preparado para aquello?

En fin, nunca me he considerado ningún barriobajero, pero es un cambio demasiado brusco. Pasar de los chinos de mi calle a Loewe´s y Gucci´s a metros de mi casa; de litronas de marca blanca a champán del siglo… ¿diecinueve? No, de eso no entendía mucho.

La furgoneta aparcó frente a mi nueva casa y mi tía vino a saludarme. Catalina Núñez, heredera de la fortuna de Jorge Cadalso, un gran inversor en Bolsa que consiguió su imperio de capital a los treinta meses de comenzar. Estaba forrada, al contrario que mis padres, quienes no parecían poder hacerse cargo de mí. Ya no les llegaba el dinero ni para pagarme el instituto. Por eso me dejaron en manos de la tía Lina, para que pudiese meterme en uno de niños pijos. Esa era su condición, que mi último año fuese con ella. Temblaba al pensar en qué lugar acabaría…

—¡Diego! —los abrazos de mi tía la snob no eran del todo afectivos. Parecía que me tocaba por pura cortesía. Después, fue a saludar a mis padres, recién salidos del maletero de la furgoneta—. Cada día me sorprenden más vuestros medios de transporte.

—Gracias por todo, Lina —agradeció mi madre a su hermana—. ¿De verdad que no te importa?

—Tranquila. Además, a Diego le vendrá bien cambiar un poco de aires. El pobre huele a mediocridad desde metros de distancia.

Eso último lo dijo en voz baja, pero yo lo escuché. Los pijos eran realmente crueles, y algo descerebrados. Por cierto… ¿eso que tenía mi tía en la cara era Botox?

1x1

Entramos en la casa por primera vez. Dios, esa casa no tenía precio, era lo más grandioso que había presenciado nunca. No había muchos cuadros colgados en las paredes, y el diseño en general era minimalista. Mi tía sería de esos que cree que la elegancia se basa en la sencillez.

Acabaron de meterlo todo en mi nueva habitación —que era realmente ENORME, con todas las letras—, y nos bajamos de nuevo al portal.

—Deberíamos irnos —sugirió mi padre. Se acercó a mí y nos abrazamos—. Nunca olvides quién eres, ¿vale?

—No lo haré. Adiós, papá.

Mi madre me abrazó después, soltando las cataratas del Niagara por los ojos.

—Te quiero mucho, mucho.

—Y yo. Hasta luego.

No estaba enfadado con ellos, obviamente, pero tampoco me sentía muy cómodo despidiéndome. Se metieron en la furgoneta con el conductor y sacaron la mano saludándome desde que arrancaron hasta que me perdieron de vista. No lloré, pero porque aún no habían comenzado mis verdaderos motivos para hacerlo. Mi tía me acarició los hombros y me propuso entrar de nuevo para que me enseñase la casa. A pesar de que ya la había echado un vistazo antes, le hice caso y comenzó el tour.

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Escrito por

Nacido en el Madrid de 1998. Amante del cine, los libros y su ciudad. Nada como la buena música, la elegancia y vivir la vida siempre siendo uno mismo. Instagram: drigopaniagua. YouTube: Rodrigo Paniagua

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