Sabía que todo acabaría derrumbándome, pero no esperaba que tan pronto. Nada más salir de mi nuevo portal, un skater me llevó con él al frío suelo de la acera.
—¡Cuidado! —lo había gritado demasiado tarde.
Fue una suerte que la acera estuviese tan impoluta, porque si no me hubiese llenado la ropa de la suciedad de la calle. El skater anónimo me ayudó a levantarme.
—Lo siento mucho, tío. ¿Te encuentras bien?
—Para nada, pero no te preocupes, que no es por ti.
El chico se rio. Parecía ser que la calle de Serrano tenía un buen sentido del humor.
—¿Te puedo ayudar en algo, amigo?
—No, muchas gracias.
—Bueno, pues me voy a atropellar más niños ricos.
—No, yo no soy un niño ri…
No me dejó acabar la frase. Cogió la tabla de skate y siguió patinando lo que quedaba de calle. Vi cómo se alejaba. Cogí aire y me marché en dirección contraria.
Aquello era otro mundo. La calle estaba preciosa, con sus puestos de ropa megacostosa y sus cafeterías repletas de intelectuales escribiendo en Macs. Y olía genial, como si alguien hubiese estado echándole colonia a la vía. ¿Es que acaso seguía en Madrid? ¿En mi Madrid?
Hasta la gente de ahí se veía distinta a la que solía avistar en mi antiguo barrio. Ninguna espalda torcida, paso firme y cabeza bien alta. Te miraban con aires de superioridad; parecía que analizarte de arriba abajo era su forma de saludar. Andaban con estilo, y había muy pocas personas que no fuesen por la calle con las manos repletas de bolsas de marcas caras: Marina Rinaldi, Massimo Dutti, Aristocrazy, TOUS, Estée Lauder,…
Todos los coches que pisaban la carretera parecían de protección oficial; hasta los taxis de la zona poseían más glamour. Tanta distinción me estaba mareando, así que me volví a casa.
Descubrí el nombre de mi nuevo instituto a la hora de cenar: Instituto Bilingüe Para Alumnos Selectos Enrique VIII, el centro educativo de mayor prestigio en todo Madrid. Irónico que tuviese el nombre de un rey juerguista y amante de la diversión. ¿Serían así los alumnos del sitio? En fin, quedaba poco para que llegase el momento de empezar mi último curso: una semana, ni más ni menos. Y estaba realmente de los nervios, no se me daba mal hacer amigos, pero ahora estaba jugando en otra división. Tenía que hacerme amigo de la élite de la ciudad, de la crème de la crème.
Una sola semana y estaría muerto.
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