Le di la mano a Pablo como si fuésemos amigos de toda la vida.
–¡Qué hay, Núñez! Estos son los hermanos Plaza, Débora y Rico.
–¿Rico? –Me reí sin maldad–. Demasiado irónico, ¿no?
–Es Ricardo –me dio la mano con un buen apretón, parecía demasiado rudo para no estar criando ganado–, pero me gusta más Rico.
–Bueno, Diego, cuéntanos –dijo Débora, una chica de cabello anaranjado y que… Bueno… ¡Estaba buenísima! Además, parecía muy simpática–. ¿Cuál es tu historia?
Me senté a la mesa con ellos, me pedí una Coca-Cola y les conté toda la historia de la mudanza y de mi tía Lina.
–Caray, ha tenido que ser duro… Tus amigos habrán estado fatal viendo cómo te ibas, ¿no? –La dulzura de Débora irradiaba, porque obviamente rebosaba inocencia.
–Mis… amigos no… Ya no me hablan. Creen que me vine aquí como algo opcional, y que prefería la Milla de Oro antes que el barrio en el que me crié.
Débora se acercó a mí conmovida. Me agarró de la mano cariñosamente, como si intentase animarme.
–A lo mejor no eran tan amigos como tú creías.
–De todos modos hoy no ha sido su mejor día –siguió contando Pablo, pegándole un sorbo a su Seven Up–. Ha tenido un encontronazo con los dorados.
–¿Eso es cierto? –Débora parecía sorprendida–. ¿Y qué te han parecido?
–Realmente cargantes. Aunque Daniela es muy guapa, dudo que alguien esté a la suficiente altura como para salir con ella.
–Créeme que el principito del colegio consigue lo que quiere.
–Espera… ¿Es Guillermo? ¿Su novio?
–¿No se lo dijiste, Pablo? –le regañó Débora.
–¡Se veía a la legua! Son los Barbie & Ken del instituto. Seguramente ya lo hayan hecho.
–Comenzaron a salir el año pasado, eso es obvio.
–Oh, Dios mío, por ahí vienen.
Tal como dijo Débora, los Golden boys estaban entrando en ese mismo momento por la puerta principal del restaurante. El metre no les pidió esperar, a pesar de lo lleno que se encontraba todo. Dejó que entraran y se las apañasen solos, como si fueran Pedro por su casa. Llegaron a la zona de mesas cuando, irónicamente, comenzó a sonar Problem, de Nova Rockafeller, de fondo en el local. Me encantaba esa canción, y en ese momento quedaba de cine.
Débora, Rico y yo nos quedamos quietos, como la presa de una manada de leones, intentando pasar desapercibido. Y podría haber funcionado, de no ser porque Pablo les llamó.
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