Las miradas de perdición de los hermanos Plaza dejaban muy clara la situación.
–¡Eh, chicos, aquí! –Siguió exclamando Pablo.
Casualmente, uno de los cinco que iba con Guille, una chica rubia, se giró hacia nosotros y le avisó. Éste puso los ojos en blanco pero se acercó con una falsa sonrisa. Y Pablo parecía que ni se había dado cuenta.
–Qué –preguntó secamente Guille.
–Hola, ¿qué hacéis por aquí? –¿Eso es lo mejor que se le ocurría decir?
–Es primer día de curso, toca Pizza Emporio –contestó con sorna otra chica del grupo, con el pelo negro como las pesadillas–. Es una tradición.
–Ah, qué guay… –surgió un silencio incómodo, pero Pablo consiguió pararlo antes de que se marcharan aburridos. Resultaba asfixiante entablar una conversación con ellos–. ¡Esperad! ¿Qué vais a hacer después?
–Comprar en Burberry y reírnos de tus preguntas estúpidas –acabó comentando la venenosa lengua de Guille–. ¿Has acabado de molestar? Queremos comer.
–¿Por qué no os sentáis con nosotros?
Nada más hacer la pregunta, brotó un estallido de risas entre los Golden boys. Guille puso cara de lástima –una cara realmente ficticia– y contestó:
–Preferimos sentarnos en el contenedor del callejón, gracias.
–¿Es que ahí es donde has dejado tu autoestima? –Débora se llevó una mano a la boca al oírme hablar, para no reírse delante de los dorados–. Pues deberías llevarla siempre encima, cuando no lo haces eres un poco gilipollas.
Guille cerró los ojos y mostró otra sonrisa teatral. Le tocó el hombro al chico corpulento que tenía a su derecha y éste fue viniendo hacia mi lado de la mesa.
–Creo que tienes una mala imagen de mí, chico nuevo. Yo soy una persona demasiado altruista con la gente que se lo merece. A los que están sucios, los limpio. A los que están tristes, los animo. Y a los que tienen sed –echó una mirada al chico corpulento, que ahora estaba delante de mis narices, y agarrando mi Coca-Cola para tirármela por encima–, los hidrato.
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