La sala era realmente grande. Tenía bastantes Mac´s colocados sobre las mesas, un buen proyector que enfocaba a la pared blanca del fondo y bastantes ficheros en los que habría apuntes sobre lo que escribir en el periódico del instituto.
—Bienvenido al territorio de la información, Núñez –me presentó Pablo.
—Está genial. ¿Os encargáis vosotros de todo?
—Los interesados de primer curso en periodismo siempre nos ayudan a traer información y fotografías de todo lo que ocurre en el centro –me explicó Débora—, pero algunos se van un poco fuera de lo común y se dedican más a perseguir a la élite del Enrique VIII.
—Bueno… ¿De qué soléis hablar?
—Pues de los equipos y clubs del colegio, las celebraciones oficiales, noticias del Comité…
—Pues no me extraña que busquen sobre la vida de los alumnos. ¡Lo que hacéis vosotros es un coñazo! –Todos se quedaron en silencio, con cara de corderito degollado—. Es decir, no quiero ofenderos, pero podríamos hacer algo más interesante…
—¿Podríamos? –Cuestionó Rico—. ¿Te estás incluyendo?
—Podríais… —respondí tímido— hacerme un huequecito.
—Lo siento, tío. Pero ya estoy yo para encargarme del diseño; Débora es la jefa de fotografía y Pablo se dedica a leer los artículos que le traen los novatos. No hay más puestos para poder ocupar.
—¿Estás seguro, Rico? –le preguntó Pablo con segundas. Parecía que yo lo había pillado más que él.
—¿A qué te refieres?
Pablo puso los ojos en blanco y se marchó a una estantería repleta de archivadores negros. Entre dos que había más separados que el resto sacó un cuadernito negro con unas letras doradas en la portada en las que ponía:
DIARIO DE UN NO FAMOSO
El NO estaba escrito en rojo con letra de grafiti. Pablo me lo ofreció.
—Ten.
—¿Qué es esto?
—Verás. Desde tiempos atrás, los Golden boys se fueron creando, no por ellos, sino por la gente que les envidiaba, y acabaron finalmente siendo la comidilla de toda la calle de Serrano. ¿Pero qué ocurre? Que eso que comenzó como un precioso cuento de hadas, se ha ido transformando en una lóbrega jerarquía social, en la que gente como nosotros –con dinero pero sin fama—, ha decaído por completo.
»El año pasado nos dimos cuenta de que esto tenía que dejar de ser así, con que compramos este cuaderno y lo titulamos así. En él se escribiría una serie de artículos sobre la vida de los Golden boys, pero no desde el punto de vista de un chico normal, sino desde el de uno de ellos. De ese modo, el personaje “infiltrado” podría contar todos los trapos sucios, para que pudiese publicarse en el último número de nuestro último curso, es decir: este.
—No he entendido muy bien el plan.
—Pues que –continuó Débora— hemos buscado a chicos que se atreviesen a meterse en ese mundo de incógnito pero nadie se veía capaz de salir ileso, con que no hemos logrado comenzar aún el proyecto, y seguramente no lo lograremos antes de que acabe el curso…
—Está bien –sugirió Rico—. Este es el trato, Diego. Eres un chico lanzado, novicio y que aún no es consciente del peligro del infierno dorado. El puesto es tuyo si te ofreces a convertirte en el espía de los Golden boys. ¿Qué me dices?
Rico me ofreció la mano. Era algo que debía de pensarme muy bien, no todas las decisiones eran como aquella. Este sitio parecía tener el mismo sistema social que una película norteamericana cutre sobre institutos, con que no me quedaba otra que adaptarme. A lo mejor si me metía en ese grupo tan elitista conseguiría no ser un marginado, y de paso me vengaría desde dentro de los capullos de Guille y su pandilla. No me lo pensé más.
Acepté el apretón de manos de Rico y no me eché atrás.
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