Era ya por la noche, y no había hecho nada en todo el día. Como mucho probarme la ropa que me había comprado mi tía y lamentarme de que mañana sería el principio del fin. No tenía con quién hablar de mis problemas: mi tía Lina no podía saber de mi estado social actual, Rico estaba en el cine de Callao asistiendo a un preestreno –sí, no le pegaba nada— y Pablo se estaba dando el lote con Débora.
De pronto, mi móvil comenzó a sonar.
—¿Sí? –contesté.
—Hola, cielo, ¿qué tal? –Era mi madre. Su voz sonaba tan dulce como siempre.
—Genial, no me podría ir mejor… ¿Y vosotros?
—También muy bien. Echándote de menos, quizá.
—Ya, y yo a vosotros…
Después de una larga conversación, yo engañando a mi madre sobre mi felicidad y viceversa, me dijo que no me llamarían muy a menudo para no despistarme, y que me deseaban lo mejor durante este último curso que se aproximaba. Al menos sabían lo que de verdad necesitaba: suerte.
No podía aguantar más ahí dentro, y mucho menos después de esa llamada, así que salí a dar un paseo. Y aproveché para pasarme por la tienda de libros antiguos que me había dicho Dani, a ver si con suerte me la encontraba.
Mis cascos soltaban My Life, de 50 Cent, sobre mis oídos mientras caminaba ya por la plaza de Sol. Al fin llegué a la calle que me dijo ella cuando ya eran las once o así. No me dio tiempo a llegar a la biblioteca, porque al lado de esta se encontraba la discoteca Joy. Tan elegante, con esa decoración tan antigua y ornamental… Pero eso no era lo mejor que tenía, o al menos esa noche.
Pasé de comprarme libros antiguos y me quedé observando cómo un gorila echaba a Guille de la alfombra roja de la entrada. El destino le estaba volviendo a poner en mi camino.
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