Jaime me dejó en el instituto aquel lunes por la mañana, en el que para haberme tomado tan solo tres cubatas y algún ron con cola, había pillado una buena resaca. Claro, llevaba tanto tiempo sin un buen botellón que hasta la bebida de los pijos me sentaba mal…
—¡Hey, hey, hey! –me gritó mi amigo el skater apareciendo en escena por mis espaldas. Iba a pedirle silencio, pero Anabel la secretaría no me lo puso fácil.
—¡Benítez! ¡La tabla!
—Ya estamos con la tabla… —se la guardó entre su espalda y la mochila—. ¿Qué? Chico, pareces resacoso, ¿te fuiste de juerga para liberar tensiones?
—Sí, con el jodido Supremo, que no veas cuánto aguanta el chaval bebiendo…
—Espera, rebobina. ¿Has dicho…?
—Sí, he dicho. Ayer el destino me hizo toparme con Guille en la fiesta VIP de Joy y fui yo el que conseguí que entrara, así que… Supongo que me debe una muy gorda.
—¿Pero cómo… cuándo… dónde has dicho…?
—Joder, Pablete –Rico le dio unas buenas palmadas en la espalda—, se te ve empanado desde Goya. ¿Qué te ha dado?
—¿Y cómo fue? –Me dijo Pablo, omitiendo la pregunta que acababan de hacerle—. Ya sabes, una fiesta dorada.
—¿Una fiesta dorada? –Rico se quedó extrañado, y después me miró. Empezó a reírse y luego se quedó serio—. Espera, es… ¿es verdad? –Se quedó tartamudo después de que yo lo confirmara—. ¿Pero cómo… cuándo… dónde…?
—Eso da igual –contesté—. El hecho es que vi algo extremadamente escandaloso.
—¿Escándalos en la élite? –Débora apareció resoplando—. Qué raro.
—Vale, lo soltaré. Vi a Guille liándose con otra durante la fiesta –todos se quedaron boquiabiertos—. Una chica con un vestido gris, como plateado. No la reconocí, y no sé muy bien qué hicieron porque les perdí de vista un buen rato.
—¡Lo sabía! –Exclamó Rico—. Demasiada perfecta era esa relación…
—¿Y lo hablasteis después?
—Qué va. Intenté buscarle para despedirme, porque yo ya quería irme, pero no le encontré. Así que me piré sin avisar.
—Mierda, tío, ¡ya lo tenías! ¿Y ahora qué creéis que pasará?
—Veámoslo ahora –solté tras ver cómo el chofer de Guille le sacaba del BMW negro de su padre.
Todos los Golden boys observaban cómo Guille pisaba el suelo de la calle mientras le esperaban, y yo me coloqué como uno más entre ellos. Izan y Claudia fueron los únicos que me miraron con desprecio, y puede que la última por no quedar mal delante de su novio. Mientras que los demás, simplemente me miraban asustados, creyendo que lo que estaba a punto de pasar sería peor que una bomba nuclear…
Pero no.
Todos, incluyendo a Rico, Débora y Pablo, observaban impacientes el encuentro entre el nuevo y el Rey del Octavo, pero lo que parecía que iba a ser algo inolvidable, se abrevió en:
—Pasamos el recreo en la Plaza de Colón, y nos gusta la puntualidad.
Nada más acabar su bonito microrelato, Pablo me explicó que me acababa de invitar a pasar el recreo con ellos y que no debía de atrasarme, porque seguramente empezaría mi ritual de iniciación en los dorados. ¿Ritual de iniciación? Esto se estaba convirtiendo en una tribu.
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