Las primeras horas del día se pasaron lentas, ya que yo estaba ya deseando ver lo que me deparaba en el recreo. ¿Iban a ser buenos conmigo los dichosos Golden boys?
El timbre del descanso por fin sonó, y saqué el bocata que me había preparado Tatiana de la mochila, preparado a comérmelo al lado de aquellos hipócritas.
Llegué a la plaza y saludé a todos. Me estaba dando cuenta de que todos ellos llevaban una corbata ocre, al contrario que el resto de alumnos. Guille era el hijo del director, no hacía falta preguntarse más. Felipe, Emma y Dani fueron los que me saludaron de vuelta. Y Guille tan solo se miró el reloj.
—¡Has llegado antes de lo previsto, enhorabuena! Así tendrás más tiempo para hacer la prueba.
—¿Prueba?
Justamente aparecieron dos chicos más casi hiperventilando por la carrera que se habrían debido de pegar desde el colegio, y se quedaron inmóviles cuando llegaron al grupo. Guille, tapándose del sol con esas maravillosas Ray-Ban oscuras, se levantó del banco en el que estaban y se colocó frente a mí y a los otros dos chavales.
—Muy bien. Víctor, Joaquín, este es Diego. Ha sido una aparición de última hora en el concurso, espero que no os moleste.
—Esperad, ¿qué concurso?
—¿Habéis metido al callejero? –Resopló el chico más rubito, que a parte de pasar de mi pregunta, acababa de insultarme—. Esto ya no estará igualado, él tiene experiencia huyendo de la poli y tirando del brazo a las viejas para robarles el bolso.
—Eh, que vengo de Vallecas, no de Guantánamo…
—Es igual –respondió Guille—. Esto lo hará más emocionante –se miró el reloj y luego comenzó a instruirnos—. Los tres estáis luchando ahora mismo por pertenecer a nuestra élite, pero sólo uno podrá ser aceptado este año. El último. Una sola oportunidad más para entrar…
Estaba por soltarle que yo no quería competir con el fin de ser un niñato pirado más como ellos, pero luego me acordé de que esa era la intención. Guille se giró a mis “rivales”:
—Víctor y Joaquín, sé que lleváis desde tercero intentando entrar, lamento que se os hiciera siempre tan cuesta arriba. Pero bueno, gracias a vosotros, Izan y Emma ya forman parte de nuestro equipo desde hace bastante, y ahora, uno de los dos se quedará sin saber jamás lo que se siente al estar en la cumbre –ese discurso me estaba dando arcadas. Me miró de reojo—. O los dos, quién sabe.
»Muy bien, seré breve porque se agota el tiempo del recreo. Hoy tengo sed, y necesito que alguien me traiga lo antes posible mi batido favorito, el…
—¡Frappuccino de chocolate del Dunkin Donuts! –soltaron Víctor y Joaquín al unísono.
—¡Muy bien! Así que ya sabéis.
—Pero espera un momento… —interrumpí—. El más cercano está en Gran Vía.
—Ya lo sé, tío, pero es que me encanta –dijo vacilándome.
—¿Y por qué no vas a buscarlo tú mismo?
Como era de esperar, todos me miraron como si no hubiese sido real lo que acababa de decir, y Guille se quitó las gafas.
—Porque eso implicaría que tengo que ir hasta Gran Vía, y no me apetece nada, como comprenderás… Además, hijo de la viuda…
—Sobrino –le volví a interrumpir, pero esta vez él no se lo tomó a mal.
—Tú tienes chófer, no te será tan difícil.
—Bueno, pero es que…
—Irrelevante –contestó—. Quieres el puesto, ¿sí o no?
Me callé como un imbécil y le hice caso. Los tres secuaces nos marchamos en dirección a la Gran Vía.
—¡Y recordad, chicos! –Nos exclamó a los tres cuando ya nos disponíamos a comprar el puto batido—. Sin nata. Me da asco.
«Ay, Guille, Guille.
Si crees que ha sido difícil ganarme la oportunidad de ser un Golden boy, me da que me ves con muy poca fe en esto de alcanzar metas. Nivel 1, Hacerme con el líder: Superado. Nivel 2, Conseguir cerrarle el pico: ¡Que comience la carrera!»
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