Los siguientes días fueron impresionantes. La verdad es que formar parte de aquella peña era mejor de lo que me imaginaba. No te lo pasabas tan mal, y a lo tonto estaba empezando a conocer a todos esos chicos. Incluso a Guille, o al menos su faceta exterior.
Pero llegó el miércoles, y una buena cagada cayó en mi habitación.
Llegué por la tarde a mi casa, después de fumar un poco con Felipe en aquel parque en el que hablé con él por primera vez (sin la presencia de Izan, claro, a saber qué me haría si aparecía por ahí), y al entrar en casa, vi a mi tía sentada sobre mi cama. Con el Cuaderno sobre su regazo.
—Tía… ¿Qué haces…?
—¿Qué es esto, Diego?
—Mi diario, ¿lo has leído?
—Sí, y por eso sé que no es tu diario –se levantó de la cama y comenzó a rodearme—. ¿Con que ya eres casi un dorado?
—Sí, bueno… ¿estás orgullosa de mí?
—¿Por qué iba a estarlo? –se la veía extremadamente seria—. Diego, esto no es un…
—Juego de niños, lo sé. Pero dame la oportunidad de demostrar que valgo más de lo que…
—¿Qué vales más que qué? –me volvió a interrumpir—. Esto no lo haces para intentar encajar, lo haces para destruir desde dentro el palacio de mentiras y dictaduras que han montado esos crédulos críos. ¿Es que acaso sabes dónde te estás metiendo? No quiero que acabes mal, hijo. Que acabemos mal.
—Pues prométeme que me guardarás el secreto, que para ti este Cuaderno no existe y que negarás saber cualquier cosa sobre mi plan.
Mi tía cerró los ojos, se llevó los dedos al arco de su nariz y suspiró.
—Está bien –me respondió—, te guardaré el secreto. Pero te dejaré algo bien claro, jovencito: te estás jugando mucho con esta libretita negra. Ten cuidado con dar pasos en falso, porque cuanto más alto estás, más duele si te caes. Y aunque no lo veas así, la vida sigue tras el instituto. No perderás a tus amiguitos de vista tan rápido como te esperas.
«Mi tía tenía razón…
Me estoy jugando mucho con esto de ser un infiltrado entre tiburones. Pero ya es demasiado tarde. Lo único que puedo hacer ahora en andar con cuidado. Como suelen decir: en el infierno dorado, la lava quema el doble»
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