Al día siguiente, todo comenzó como cualquier día de aquella semana, hasta que en el segundo descanso, un monstruo de 1,80 metros de alto me estampó contra la pared del corredor.
—Qué pasa, Olmedo –me saludó Izan mientras aún me sujetaba del cuello de la camisa—. ¿Estás a gusto con nosotros?
—Ahora mismo no mucho. Te agradecía que me soltaras antes de que…
—¿Antes de que qué? Puedo aplastarte como a un gatito, y hacer que una sola extremidad de tu cuerpo esté tan rota que te quedes parapléjico para siempre.
—Oye, para –conseguí que me soltase—. ¿De qué vas? ¿Qué te he hecho ahora?
—No es lo que me has hecho, sino lo que quieres hacerme –se volvió a acercar a mí amenazante—. Claudia Martin es mía, y siempre lo será. Aléjate de ella.
—Va a ser difícil si los dos vamos con la misma gente…
—Tú verás, chaval –me advirtió empujándome de nuevo contra la pared que tenía a mi espalda—. La tocas, te toco. ¿Comprendes?
—A ver si comprendes tú esto. Yo con tu piba no quiero nada, ¿va? –Me dejé de pijeríos para hablar con él—. Pero como tú me toques a mí, entonces sí que la tocaré.
Izan Calatayud se quedó sin respuesta. Se le veía cabreado, pero tampoco sabía muy bien qué contestarme, así que se limitó a golpear la pared que había a mi espalda, decirme que esto no había acabado y luego se marchó cabreado, con esos pasos de orangután que daba.
Casualmente, de pronto vi a Claudia en el jardín que había al lado del corredor. Hablaba con una amiga, pero al girarse hacia mí, me guiñó un ojo. Lo esquivé, porque mientras que ella me persiguiera a mí, su novio también lo haría.
2 comentarios sobre “Capítulo 4, Parte 6 – Amenazas”