Comenzó el siguiente lunes, pasados los cinco segundos que dura un fin de semana. Tras la hora de comer, Pablo y yo quedamos en la Plaza de Colón. Él se puso a patinar con el skate, mientras que yo me tomaba un frappuccino del Dunkin Donuts. Sí, me entró la curiosidad…
—¿Así que ya eres un Golden boy? –me dijo haciendo una pirueta con la tabla.
—Se supone –respondí dando un sorbo—, aún no está claro. Además, me está resultando un poco incómodo ver a Dani.
—Pasa de ella, del tema en general, tío.
Me quedé callado. Tampoco me apetecía mucho hablar. Así que me quedé mirando cómo derrapaba contra los bordes de la plaza, y me quedé sorprendido de lo bien que lo hacía.
—Vaya, lo haces muy bien. ¿Desde cuándo patinas?
—Desde que era pequeño. Antes iba a unos concursos infantiles que patrocinaban los zumos de Pascual, pero dejé de presentarme en cuanto mi madre se mudó a otro país y no venía casi nunca.
—Vaya, eso es un poco palo, ¿no?
—Supongo. Aunque uno se acostumbra. Lo malo es la fama de simplón que tiene mi padre. Por eso estudio tanto, supongo que no me gusta que crean que soy un mantenido como él…
Conocer esa faceta de Pablo me sorprendió bastante. Su vida era algo más que una serie de investigaciones para intentar acabar con el grupo de élite del Enrique VIII. Él era un chico con pasado, y gran parte de mí quería conocerlo.
—Al menos tu vida moló cuando eras un niño. La mía se basaba en aguantar cómo mis padres hablaban de que nunca llegaban casi a fin de mes, y bajar con mis amigos a comer pipas a la plaza para no escucharlos.
—Habrá que reconocer que ninguno tuvo una infancia de cine…
—Sí, ya ves.
Nos empezamos a reír como idiotas. Pablo y yo ya nos habíamos contado un montón de cosas desde que comenzamos a quedar y hacernos amigos, pero nunca me había contado eso.
—¿Sabes? –Me dijo, parando el skate—. Me alegro de haberme chocado contigo aquel día en la calle. Eres un buen tío.
—Tú también.
—Todos lo somos –replicó vacilante Felipe, con un Lucky Strike en la boca y una mirada entrecerrada a lo Eastwood. Pablo retiró la suya involuntariamente y yo le pregunté que qué hacía ahí—. Venía a llevarte a un pequeño botellón que han organizado en una zona escondida de Fuente del Berro. Como tú siempre has sido más de litrona que de Jack Daniel´s, pensé que te haría ilusión venir.
—Bueno, es que es lunes y…
—Ve –me aconsejó Pablo delante del rubiales de Felipe—. Deberías aprovechar cada fiesta de las que te proponen aquí. Siempre son divertidísimas.
—¿Tú qué sabrás, si no te invitan? –reprochó el muy capullo. No le dije nada por el puto proyecto del “NO” famoso.
—Me encantaría ir –le confesé falsamente antes de que abriese más la boca—. Nos vemos, Pablo.
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