La semana iba pasando muy rápido, ya estábamos a mitad de ella. Sonó el timbre de la última hora de clase, y todos nos alegramos de poder irnos de aquel sitio tan horrible al que solían llamar “instituto”.

El pasillo de la salida se colapsó, y en cuanto pude meterme entre las dos columnas en las que me escondí con mis amigos de la secretaria Anabel, me dio tiempo a respirar un poco. Hasta que llegó el Demonio de pelo negro con sus ojos inyectados en pura lujuria.

Antes de poder saludarme, Claudia ya comenzó a besarme el cuello y lamerme la mejilla. Aunque me debiese de dar asco, la verdad es que me excitó un poco. Todo el mundo pasaba y yo pensaba que nos estaban viendo, pero curiosamente nadie miraba. Aun así me la aparté de encima.

—¿Qué crees que haces?

—Tú estás bueno, yo estoy buena. ¿Nos vamos al vestuario de chicos y te alivio un poco?

—¿Cómo que me alivias? –antes de intentar explicármelo, acabé pillándolo—. ¡No, gracias! ¿Es que no eres consciente de que si nos pilla tu novio, todo recaerá sobre mí?

—Qué más da. Que te quiten la follao.

—Vengo de una casa donde se hablaba casi con insultos –le comenté mientras me quitaba sus pulposas manos de encima—, y sin embargo me pareces una grosera.

La acabé separando de un empujón, y eso no pareció alegrarla mucho. Se puso seria e incluso me acojoné un poco.

—¿No me vas a besar? –Se lanzó a morrearme, y yo le hice la cobra—. ¿Es que te van los tíos? —lo negué con la cabeza—. Muy bien. Arrieritos somos. Bienvenido al infierno, nenaza.

«Otra más que me da la bienvenida.

Parece ser que la niña de papá no se queda a gusto si no come lo que quiere»

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