Viernes por la tarde, al fin. Y el plan de esta semana es dar una vuelta por la Gran Vía, para variar.
Guille se compró un frappuccino del Dunkin Donuts, Claudia un granizado y el resto un helado de cucurucho en la heladería Palazzo. Estuvimos de un lado a otro hasta que decidimos sentarnos en el césped de Plaza de España. Menos mal que les convencí, los muy niñatos no estaban muy seguros porque no llevábamos mantas ni toallas para ponernos encima.
Verles intentando sentarse sin mancharse era todo un espectáculo.
Claudia e Izan me miraban con desprecio alternativamente, Emma iba en su mundo y Felipe, impresionantemente, no parecía ir colocado. Comenzamos a charlar y nos echamos la tarde ahí hasta que ya eran las once o así. Entonces decidimos que ya era hora de que nos fuésemos a casa.
—Huy, esperad –nos pidió Emma buscando en su bolso—, me he dejado las gafas de sol en el césped. Ahora vuelvo.
—Corre, retrasada –le ordenó Claudia con tono mandón. Todos se rieron, con que supuse que era una coña, pero la verdad es que sonó muy en serio. Se habían estado metiendo con ella toda la tarde, más incluso que las otras veces. ¿Qué les pasaba a todos con la rubita?
—Ya está, podemos irnos.
—Se te ha olvidado algo, Emma –volvió a decir Claudia.
—Ay, ¿el qué?
—El cerebro –todos volvieron a reírse.
—Qué va –dijo Guille—, la última vez que se lo vi seguía envuelto en papel de regalo.
Las carcajadas aumentaron. Emma sólo se rio en plan sarcástico, como si le diese igual que se mofaran de ella. Pero no estaba seguro de que de verdad no le ofendiese.
Cuando ya solo faltaba ella para llegar a casa, tras haber dejado a Dani sana y salva en su hogar, decidí acompañarla. Así charlaríamos un poco.
—Hoy me lo he pasado muy bien.
—Sí, yo también. Ha sido divertido.
—¿Te has divertido?
—Sí, ¿por qué no iba a…? –la miré con mi cara de “tú a mí no me mientes”. Ella lo pilló—. Lo dices por el chiste sobre mi cerebro.
—¿De verdad te hace gracia?
—Claro que sí, no lo dicen en serio… Es decir, lo hacen para picarme. Y porque a mí siempre me pasa eso de saberme la respuesta perfecta cuando ya es demasiado tarde. El famoso “l’esprit de l’scalier”. Ellos me conocen y aprovechan.
—¿“L’esprit de…” qué?
—L’esprit de l’scalier. Es como se dice en francés. Supongo que creen que soy tonta, pero no tienen ni idea. Creen que pueden… mangonearme, sólo porque he sido la última de los Golden boys en entrar al grupo. Bueno, ahora estás tú, pero como eres de un sitio muy distinto, piensan que tienes más personalidad.
—¿Qué prueba tuviste que pasar tú para entrar aquí?
—Es mucho más complicado de lo que crees. Durante el primer curso de instituto, el hermano de Claudia creó junto a Guille y Felipe, sus principales secuaces (sí, Guille fue un segundón) un grupo formado por los hijos de las familias más importantes de toda la calle, pero claramente no fue idea de los hermanos Martín comenzar todo esto. Fueron los padres quienes quisieron juntar a esos chicos para afianzar mejores contactos.
Me acordé de lo que me dijo mi tía Lina sobre el interés de las familias por que sus hijos fuesen con quienes mejor les venían. Así había ocurrido con los dorados desde un principio.
—De esa forma –continuó explicándome—, todas las fiestas y ceremonias tendrían una plebe más exclusiva y todo eso. Metieron en el grupo a Daniela porque había comenzado a salir con Guille, y se querían un montón. Aunque G empezó a salir claramente con ella para “fardar de chochete” –me sorprendió que dijera eso—. Todos sabemos que es un putón en toda regla, pero nadie se atreve a decírselo.
»El caso es que pasados un par de años, comenzaron a hacer una prueba al año para que una nueva persona fuese añadida al grupo. Nos presentamos muchísimas personas, porque no miraban de qué apellido venías, y eso molaba, claro. Pero teníamos que pasar por pruebas súper duras y si no ganabas, la verdad es que te sentías bastante humillado.
»Cuando me presenté yo por primera vez al concurso, el hermano de Claudia se acababa de mudar a las Islas Baleares, y Guille se hizo con el cotarro. Y lo que había sido un infierno, se iba a hacer más horrible que nunca. Me hicieron competir en una partida de waterpolo, ya que eso a G le encantaba, y tuve que retirarme porque me estaba ahogando, no aguantaba tanto como el resto. Ese fue el año en el que entró Izan.
—¿Y tú? ¿Cuándo entraste? –Emma miró al suelo y sonrió.
—El año pasado. Guille le dejó a Daniela elegir la prueba, y los contrincantes tuvimos que elegir el conjunto que mejor le quedase. Ya sabes, comprarle la ropa, combinarla y el que mejor estuviese, pues ganaba. Y éramos Víctor, Joaquín y yo los que quedaban por ser escogidos. Claramente les vencí, y no solo eso, sino que nos hicimos mejores amigas por nuestros gustos tan parecidos –después puso un rostro dolido—. Una pena que eso a Claudia no le hiciese mucha gracia…
Entonces entendí por qué Claudia la torturaba tanto. Le robó a su mejor amiga. No sabía que hubiese tan mal rollo entre las Golden girls. Me sorprendió mucho, la verdad.
—¿Sabes? –le dije—. No deberías dejar que te traten así.
—Si me rebelase, me desterrarían como a una vulgar mediocre –me respondió con una sonrisa auto-consolatoria.
—Tú no eres una mediocre, Emma López-León.
Me sonrió y la sonreí. Le pasé el brazo por los hombros y le acompañé a su portal, como un buen amigo.
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