Cuando Emma me dijo que todos pensaban que tenía más personalidad por ser de un sitio distinto, me planteé ir a visitar a mis amigos de Vallecas. Siendo sábado por la tarde estarían comiéndose unas pipas en la plaza o fumándose un piti, para luego irse de marcha por ahí.
Me costó un montón decidir qué me iba a poner, porque no quería que me viesen cambiado. Al fin y al cabo, llevábamos mucho tiempo sin vernos. Sin que apenas me hablaran o me enviaran algún mensaje. Sólo Sara me enviaba, pero no le contestaba…
Opté por una simple camiseta negra de Springfield y unos vaqueros pitillo. Era lo menos llamativo que tenía ahora. Llamé a Jaime para que me llevase a la entrada del barrio, para que luego ya pudiese ir a pie hacia ellos. La verdad es que estaba nervioso.
Llegué sobre las siete a la calle que daba con la plaza. El barrio seguía igual de vacío que siempre a esa hora, con los bares llenos de gente viendo un partido en la tele y tomando una cerveza, pero sin ningún transeúnte vagando por las aceras.
Por fin les vi al fondo, seguían en el mismo banco de siempre. Estaban todos: Samu, Iker, Jota, El Charli, Vázquez,… Al verme acercándome a ellos, ninguno pudo creérselo. Se levantaron del sitio y yo, creyendo que me saludarían, puse la mano como un imbécil. Pero nadie me la chocó. La aparté tímido.
—Hola.
—¿Qué haces aquí, Olmi? –Me dijo Samu, quien había sido mi mejor amigo desde pequeños. Pero no parecía estar preguntándomelo de buen rollo—. ¿Te has cansado de limpiarte el culo con billetes morados?
—¿Qué? ¡No! Quería veros. Es que como no me contestabais a los whatsapps…
—Es que no queríamos –replicó Iker.
—¿Por qué? –parecía un niño pequeño intentando hacer amigos.
—¿Creías que te pirabas a Ricolandia, dejando a tus amigos de lado –me preguntó El Charli retóricamente—, y ellos te iban a seguir hablando como si no les hubieses abandonado?
—No os abandoné, no tenéis ni idea.
—¿Y qué pasó, tío? ¿Es que acaso no te dieron a elegir entre diamantes y mugre?
—¡Claro que no!
—¿Y qué paso?
—No… No puedo decirlo –mis padres me pidieron que fuese todo lo discreto que pudiese con ese tema. No era por apariencias, sino porque querían apañárselas solos, sin ayuda del resto. El caso es que yo quedaría como un mentiroso.
—Por supuesto que no –dijo Samu decepcionado. Odiaba cuando se ponía así, le conocía como si fuese mi hermano mayor, y en ese momento estaba comportándose como un padre severo—. Olmi, lárgate, ¿quieres?
Incluso con la ropa que yo llevaba puesta, seguía pareciendo más elegante que ellos. Las camisetas y pantalones que llevaban en aquel momento eran los que se habían estado poniendo desde años atrás. En la calle de Serrano ya les habrían lapidado.
—No, chicos, quiero hablar.
—Y yo quiero que te pires.
—Lo digo en serio…
—Pírate –hoy Charli estaba insoportable—. ¿Es que quieres movida a estas alturas?
Me quedé callado, y Samu se rio por la tensión en el ambiente.
—¿No ves que estás tardando en irte?
—No estoy tardando en irme. Es que simplemente, no me pienso ir.
Todos se paralizaron ante mi gesto desafiante. Samu, que siempre había sido un buen chico, se estaba poniendo muy nervioso. Al igual que un Supremo de la alta sociedad, un Supremo de la zona menos adinerada de Vallecas debía mantener su poderío, y eliminar a aquel que le retase. Pues ese era el momento para ver qué era capaz de hacer para no quedar mal.
—Iker –le miró a él, y luego me señaló ladeando la cabeza—. Ya sabes qué hacer.
2 comentarios sobre “Capítulo 5, Parte 5 – Viejas y rotas amistades”