Para qué mentir. Estaba acojonado. Noté cómo hablaban entre ellos con voces distorsionadas con gas de helio. Eran graciosas, pero como no sabía a quiénes pertenecían, me moría de miedo. Finalmente, me sentaron en una silla y me quitaron la bolsa de la cabeza.

—¡Sorpresa! –me gritaron todos. Los Golden boys comenzaron a partirse de risa.

—Te has acojonado, ¿eh, Olmi? –Guille debió de contarle mi apodo a Felipe.

No sabía muy bien dónde estábamos, era una habitación de paredes blancas y casi vacía, con la única luz que había saliendo de unas velas. La verdad es que a pesar de los poquísimos muebles que la decoraban (una cómoda victoriana, un espejo alargado y una alfombra de piel de oveja), el cuarto tenía bastante estilo.

—¿Qué…? –Empecé a titubear mirando a mi alrededor con el pelo despeinado de cuando me quitaron la bolsa—. ¿Pero por qué habéis…?

—Hoy, de una vez por todas –comenzó a decir Guille, que se separaba del grupo apiñado y se acercaba a mí—, te convertirás en un Golden boy de cabo a rabo. Tu sangre se hará azul y tu espíritu… ¿hace falta decir el color? Te hice reunirte conmigo para que Felipe e Izan, los dos que te secuestraron, se encargasen de llevarte hasta aquí. Mientras las chicas organizaban el resto en la habitación de mi sirvienta.

—¿Estamos en la habitación de tu sirvienta? –Pregunté extrañado—. ¿Y ella lo sabe?

—Ni idea. ¡Pero eso no es lo que importa! Aquí y ahora, en este preciso instante, tú dejarás de ser por fin el cani vulgar de baja calaña y mal gusto que ha vivido hasta el momento…

—Gracias, Guillermo.

—¡Calla! Y por fin serás todo lo que cualquier chico quiere ser aquí. Serás aquello a lo que todos aspiran. Serás uno como nosotros.

—Vaya.

—Acércate –me pidió Daniela súper amable. Cuando lo hice, me dio una vela perfumada con olor a vainilla para que la sujetara—. Ahora, repite lo que Emma, la última añadida al grupo, vaya leyendo del Pacto Dorado.

—Vale.

Alguien puso Years, de Alesso, en los estéreos portátiles que habían llevado, y Emma comenzó a leer un folio amarillo claro con una serie de frases cortas escritas en él.

—Yo, Diego Olmedo Núñez –repetí—, no mentiré a mis nuevos amigos –repetí—, no les ocultaré cualquier cosa relevante para ellos —repetí—, y lo más importante de todo: no sacaré a la luz sus secretos más oscuros.

Repetí. Intenté que no se me notase inseguro al decir lo último, era ya lo que me faltaba. Por suerte, ellos tan solo sonrieron y me dijeron:

—Bienvenido a otro mundo.

—Por cierto, Guille –me dirigí a mi Supremo, y él me prestó más atención que nunca—. ¿Cómo sabías que yo estaba en Vallecas?

Se acercó a mí y se quedó a centímetros de mi cara. Puso su sonrisa de rico maléfico.

—Porque yo lo sé todo. Y si no sé algo ahora, lo sabré.

Tragué saliva mientras le devolví una falsa sonrisa de agradecimiento.

«¡Qué hay, gentuza de las calles!

¡Ya soy un dorado oficial! La verdad es que no ha sido tan difícil, si lo veo ahora. Pero de todas formas, la sensación de pertenecer a ellos, aunque para mí no sea nada, ha sido como ganar un Óscar. ¿Y quién sabe si el día de mañana le robaré el puesto de Supremo a Guille? Él se lo robó a un rey anterior, y aquí no estaría de más que empezase a reinar alguien con mayor talento para las venganzas. Tan solo espero que ahora mi trato mejore, porque de no ser así, no habrá ni un solo secreto de ese grupo de crédulos que no salga a la luz.

Con mucho aprecio pero poca fama,

DON»