Comenzamos a correr por toda la calle vacía y los paparazis nos persiguieron. Parecía un videojuego de esos de huida, y la verdad es que tenía ganas de comenzar a jugar.
Primero giramos inesperadamente hacia la calle de la derecha, y conseguimos que unos cuantos fotógrafos se quedasen ahí, confusos por dónde nos habíamos metido. Pero había otros más listos. Nos arriesgamos a meternos en un portal para que pasasen de largo, pero si salía mal, tendrían una mega exclusiva de portada. Por suerte, llegaba la siguiente esquina de la calle, y ya tenía algo planeado.
—¡Sígueme! –le dije a Alexis.
La cogí de la mano, y al cruzar la calle, nos escondimos detrás de unos coches. Los paparazis giraron y… ¡Sí! ¡Nos perdieron de vista!
En cuanto estaban a punto de irse por fin, a Alexis le salió una risa nerviosa que se tapó con la boca, pero no consiguió llamar su atención. Al ver que se habían ido, nos empezamos a partir de risa. Y entonces se me lanzó.
Nos estuvimos besando un buen rato detrás del coche, pero luego me vi obligado a apartarme.
—Oye, Alexis, me lo he pasado genial. Pero no creo que estemos hechos para estar juntos.
—¿Por qué dices eso? –cuestionó preocupada.
—Pues porque… Ya sabes, somos de mundos distintos. Tú no necesitas a alguien que te haga brillar, lo haces por ti misma.
—Oh, eso es adorable –me acarició la mejilla y luego se levantó—. De acuerdo. Pero nos lo hemos pasado bien, ¿no?
—Por supuesto. Te acompañaré a casa.
Mientras caminábamos por la calle en la que habíamos acabado, de pronto observé de fondo a un vagabundo con el uniforme del Enrique VIII apoyado en un callejón. Estaba casi de espaldas, pero por el rubio platino de su pelo, supuse quién sería.
—¿Felipe? –le llamé, interrumpiendo una de las historietas de famosa de Alexis. Él se giró y vino a saludar.
—¡Diego! –Fue a abrazarme pero antes de llegar a hacerlo, se quedó paralizado con los ojos clavados en Alexis—. Y amiga de Diego… —le cogió la mano y se la besó. ¿Quién hace eso en el siglo XXI?—. Enchanté.
—Également… –parecía sonrojada al decirlo. ¿Felipe y Alexis? Ciertamente no me pegaban ni con cola.
—¿Qué haces aquí, F?
—Esperando a mi camello. Está volviendo del cumpleaños del hijo de un ministro.
—Anda… —de pronto, me sonó el teléfono y tuve que pedirles permiso para contestar—. ¿Sí, quién es?
—Ay, Diego –era mi tía, y parecía aliviada al escucharme—, menos mal que estás disponible.
—Bueno, en realidad estoy ocupad…
—Te necesito en casa en media hora. ¡Besitos!
El pitidito de llamada finalizada comenzó a temblar en mis tímpanos. Me había colgado.
Puse los ojos en blanco por la que me esperaba y fui a despedirme.
—Oye, veo que habéis hecho buenas migas. ¿Os importa si me voy? Me ha surgido un tema y me exigen lo antes posible…
—¡No, vete! –dijeron al unísono. Casi no me dejaron ni acabar la frase. Parecía ser que no me echarían mucho de menos. Bueno, mejor para todos. Me marché directo a la calle de Serrano.
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