Puse la radio en el estéreo de mi habitación. I Feel A Sin Comin´ On, de Pistol Annies. Ese tono tan condenado en la canción me hizo sentirme fatal por lo que había hecho con Alexis. Me quedé leyendo el Entertainment Weekly sobre la cama, intentando no pensar en nada, pero entonces recibí una llamada.
—¿Sí? –dije tras cogerlo. Sonó la voz de Felipe al otro lado del teléfono. Y parecía alegre.
—Joder, Diego, cómo folla aquí tu amiga. Menudo polvo echamos en el callejón.
—Envidio tu sentido del romanticismo.
—Lo digo en serio, muchísimas gracias por presentármela. Eres lo más.
—Bueno, pero ya está, ¿no? Ya le has sacado el jugo, y nunca mejor dicho. Es hora de deshacerte de ella, ¿verdad? –se me notaba un poco preocupado.
—¿Qué dices? –se rio—. ¿Es que crees que soy como Guille? Esa estúpida teoría de las chicas clínex la utiliza solo él. Yo pienso pedirla salir. Además, es un braguetazo en toda regla. Te lo debo todo.
—No, a ver, te estás precipitando. ¿Qué te parece si…? –alguien más me estaba llamando. Miré la pantalla de mi móvil, parecía que un número oculto quería hablar conmigo—. Felipe, hablamos luego –le colgué sin esperar respuesta y le di a contestar a la otra llamada—. Sí, dígame.
—¿Me echabas de menos, Peluche?
Colgué el teléfono de inmediato. Fui víctima de la improvisación mal planeada, y ahora había quedado el doble de peor. Llevaba semanas sin tocar el móvil cada vez que me llamaba, sin meterme en Whatsapp cada vez que me hablaba. Es más, aún no había abierto la conversación que tenía con ella, tenía como ciento y pico mensajes pendientes por leer. Aunque me hubiese costado, había estado consiguiendo evitarla hasta ese mismo instante, en el que acababa de pillarme al descubierto.
Sara ahora pensaba que yo ocultaba algo. Y por eso mismo sabía que no quedaba mucho para que volviese a aparecer en mi vida.
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