Al llegar a la calle de Claudio Coello, al elegante portal que había entre un Lander Urquijo y un Cuplé, entré algo nervioso, pensando en qué en menos de un minuto, estaría dentro de la casa del Supremo. Al aparecer por la puerta de su casa, vi que ya estaba preparado, al igual que Felipe. G iba de Burberry –lo sabía— con una camisa remangada blanca y unos pitillos mostaza; al contrario que Felipe, que vestía los mismos pantalones que su amigo, pero con un polo verde oscuro de Ralph Lauren.
—Ya has llegado. Pasa, anda. Como si estuvieras en tu casa, y a tu casa la trataras como si fuera la mía.
Esa era buena. Su casa era el doble de grande que la mía. Por un momento pensé que aunque su padre fuera el director de una academia internacionalmente conocida, tampoco tendría tanto dinero, pero luego me acordé de su madre, que trabajaba en Los Ángeles cobrando un pastizal. No sabía muy bien si se trataba de Guille o de su casa, pero uno de los dos olía a One Million, un aroma de lo más distinguible. Supuse que era la casa, porque Guille siempre llevaba encima su colonia de Abercrombie.
Su cuarto era gigante. Paredes de ladrillo visto, moqueta negra con una alfombra roja que guiaba hacia su cama… Parecía el photocall de una premier en Hollywood. El sueño de Guille debía de ser hacerse famoso, y en realidad no iba por mal camino.
—¿Te gusta mi habitación?
—Sabes que sí, Guille –le replicó cansado Felipe.
—Cállate, me gusta que me halaguen.
—Sí, es muy bonita –me fijé en la música que sonaba en su estéreo—. ¿Te gusta Speak?
—Más o menos. Pero me flipa esta canción, Hilfigers tiene algo que no sé… Bueno, Diego –dijo cambiando de tema algo emocionado—. Tú ya eres todo un Golden boy, y te doy mi enhorabuena. Pero hay una última cosa que debes hacer para demostrar que harías cualquier cosa por pertenecer a esta élite.
—¿A qué te refieres?
—Dinos, ¿te gusta el riesgo? –Afirmé asustado con la cabeza—. ¿Y qué me dices de experimentar la… cercanía a la muerte?
—Tío, ¿qué has hecho? –pregunté bastante preocupado.
Me señaló con la mano una mesa de cristal al fondo de su cuarto, la que parecía ser su escritorio. Pero no tenía nada encima, tan solo un par de rayas de cocaína.
—¿Qué es esto?
—Esnifa. Esnifa y sabremos de lo que eres capaz.
—Tíos, no sé…
—No te lo pienses. Yo también lo hice, y no fue para tanto.
Me fijé en que los dos estaban cogiendo panecillos untados en caviar de un plato que había sobre la cama de ocres colchas. Caviar no me ofrecían, pero cocaína sí, fíjate.
—Venga –sugirió Felipe—. Hazlo rápido, ni lo sentirás.
—Por supuesto que lo haré. Oye, nunca me he metido de esto, ni pensaba hacerlo…
—Señorita –Guille estaba perdiendo la paciencia—, nos espera la limusina.
No me quedaba otra. Supongo que el mensaje que me querían mandar era que en el infierno dorado, de vez en cuando hay que hacer sacrificios para mantener contento al diablo. Esnifé la primera raya con un billete de cinco euros enrollado y después me senté en el suelo. Tomé aire.
—Ahora la otra –me ordenó G. Supe que lo acabaría haciendo sí o sí, así que no me anduve con rodeos y lo terminé. Guille se acercó a mí felizmente y me apretó el hombro—. Eres un tío valiente, Olmedo. Es hora de que recibas tu recompensa.
2 comentarios sobre “Capítulo 7, Parte 3 – La Casa Alcázar”