Al bajar de la casa de Guille, nos encontramos con Izan, quien saludó a todos menos a mí. Me sentó algo mal, pero luego vi que solo vacilaba y me ofreció también la mano.

—Ahora vamos con la misma gente –reconoció—. Tendremos que llevarnos bien.

Me quedé asombrado ante su comportamiento. Demasiado maduro para tratarse de él. Izan llevaba un polo de Brooks Brothers y un chaleco de Valecuatro. Por eso supuse que vendría de una familia de esas pijas que van a los toros y no se pierden un solo partido de fútbol.

Entramos ordenados a la limusina que nos esperaba a la entrada del edificio, y en cuanto Guille se disponía a adentrarse en el vehículo, reaparecieron los malditos paparazis. Esas ratas sin vida nos enfocaban al Supremo y a mí como crueles alimañas localizando a su presa.

—¿Qué quieren ahora? –repuse cabreado—. Ni siquiera somos famosos.

—Tú eres el nuevo noviete de Alexis –me explicó Guillermo—, mientras que yo me saqué fotos con muchos famosos en la fiesta de Joy, y las colgué en mis redes sociales –continuó entrando en la limusina—. Las ha visto mucha gente, tú y yo nos estamos haciendo un hueco en el mundo de la fama. Así que prepárate, que se acerca lo bueno.

—A mí no me gusta la fama.

—¡Blas! –Gritó Guille a su chófer, que parecía que también se encargaría de conducir este coche—. Black Eyed Peas, por favor.

Puso música del grupo, y después nos sirvió a los chicos una botella de Moët & Chandon del 95 en copas de cristal. Sí, esta noche pintaba bien.

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