La vuelta a la fiesta fue intensamente silenciosa. Durante el camino, Guille no sacó el tema para nada, como si no hubiese ocurrido. Desgraciadamente, yo quería hablarlo para dejarlo claro:
-¿Era tu padre?
-No, era su hermano gemelo, que le sustituye para tirarse a la zorra de la secretaría.
-Guille…
-Escúchame –se paró en mitad de la calle, por la que unos pocos transeúntes seguían merodeando-. Tú no has visto nada. Nada de nada.
-Oye, escucha…
-No, escucha tú. Si crees que ahora me tienes cogido por donde tú quieres, estás muy equivocado. Cuando fui a Vallecas, no solo conseguí salvarte de una buena paliza, sino que descubrí cosas de tu pasado. ¿Y de verdad crees que con lo poco que conseguí, no lograré destruirte?
Me quedé en silencio. Anonadado. Ni siquiera le había dicho nada sobre “destruirle”.
-Tan solo quiero ayudar.
-Pues ni te molestes –sus ojos vidriosos me miraban iracundos, con algo de miedo que parecía querer ocultar-. El legado de los Alcázar sobrevivirá, pero… ¿El de un Olmedo? A eso ni siquiera se le consideraría legado.
-¡Quieres parar ya! –le exclamé en mitad de la calle. Tuve la suerte de que se callara-. Se supone que ahora somos amigos. Si quieres que te guarde un secreto, pídemelo. No me amenaces con mi pasado, porque además, es solo eso. Pasado. Deberías aprender a escuchar a tus “súbditos”, antes de tan solo amenazarlos como un rey cruel y despiadado.
Ahora fue Guille el que se quedó sin habla. Después, bajó un poco la mirada, y al pestañear, brotaron unas lágrimas de su ojo derecho.
-Lo siento. Supongo que tienes razón.
-Aquí no ha pasado nada –respondí sonriendo. Había conseguido abrir un poco su lado, cómo decirlo… ¿Humano?-. Y ahora, vamos a disfrutar de una buena Golden party.
Le rodeé los hombros con mi brazo, pero me los apartó al instante.
-Que ahora seamos amigos no te convierte en mi hermanito del alma, así que no te pases.
-De acuerdo…
Seguimos caminando un poco más a gusto, charlando de cómo nos había estado yendo la fiesta –por supuesto que no le mencioné lo de Claudia-, y finalmente, doblamos la esquina que daba con la calle escondida. Aunque bueno, ahora no parecía estar tan escondida.
Las luces rojas y azules del coche de policía marcaban muy bien dónde se encontraba la fiesta clandestina.
Nos acercamos un poquito más a la orgía de estudiantes borrachos, sin llegar a parecer formar parte del embrollo, y al cabo de un rato, entre tanto ver a los niños más privilegiados de Madrid siendo detenidos tras la prueba de alcoholemia, conseguimos dar con los dorados.
Entrando esposados en uno de los coches.
«¡112 al rescate!
Sé de un Supremo y un vallecano que esta noche van a dormir de lo más tranquilo, al contrario que sus amigos. Claramente, el alcohol y las drogas eran demasiado para un grupito de críos intentando parecer mayores entre tanta gente. Al menos sabemos que los Golden boys son demasiado guapos para salir mal en una ficha policial»
Un comentario sobre “Capítulo 8, Parte 1 – Adulterio y escarmiento”