Guille ni siquiera paró al vernos sentados en la sala de secretaría, esperándole. Supuso que iríamos lamiéndole el culo como siempre, aunque para qué decir más cuando fue lo que hicimos…
Como siempre, él caminaba por todo el medio de la calle de Serrano mientras sus dos o más acompañantes se situaban a ambos lados de él. No engañaré a nadie, resultaba de lo más molesto y envidiable que la vida en la Milla de Oro no fuese más que un Show del Supremo constante. Pero en fin, así eran las cosas. ¿Quién era yo para cambiarlas?
-Esa zorra no va a acabar con un Alcázar tan fácilmente –exclamó seguro y furioso cuando debió de notar que le habíamos alcanzado el paso. La cola de su gabardina beige estaba siendo ondeada por el viento de la tarde.
-¿Pero qué te ha dicho tu padre? –preguntó Daniela.
-¿Que qué me ha dicho? –bufó-. Me ha castigado. Sin salir de casa durante no sé cuántas semanas.
-¿Cómo que no sé cuántas? Guille, la Prix de la moda. Íbamos a hacer contactos.
-Me enorgullece que te hayas dado cuenta –repuso sarcástico-, pero yo también lo he hecho.
-No puedes dejar que tu padre te castigue con eso. No pretendo echarte medallas, pero eres el jodido it boy de toda la zona rica de Madrid. ¡Te conocen hasta en La Castellana! Si no te presentas, pensarán que has dejado todo este mundillo, o que no vas lo suficientemente bien de dinero para poder aceptar un pase.
-¡Ya lo sé, joder! Pero a mi padre le importa una mierda si mi vida social se va al garete, con tal de que no hunda la suya con ella…
De repente, se paró en mitad de la calle. Daniela y yo tuvimos que seguirle, y casi me tropiezo encima de un top manta que vendía Louis Vuitton´s falsos. Por lo menos, parecía ser que a Guille se le había encendido una bombilla en la cabeza.
-¿Qué vas a hacer ahora? –me atreví a preguntar.
-Nada que os incumba –tras estar persiguiéndole por toda la calle durante unos diez minutos, por fin hizo el ademán de girarse hacia nosotros-. Tan solo os diré que esto no ha hecho más que empezar.
Se volvió a dar la vuelta y se marchó sin despedir. Algo nos dijo a D y a mí que no le siguiésemos.
-¡Guille! –le llamé en un último intento. Él se volvió a dar la vuelta y me dijo una última cosa:
-Mi padre me ha dicho que madurase. ¿Y sabéis qué? Lo va a ver. El Supremo ha crecido. Y con más fuerza que nunca.
«¿De verdad será capaz Guillermo de atentar contra su padre?
Cualquiera podría imaginárselo destruyendo la vida de algún alumno del Octavo, pero… ¿De verdad sería capaz de destruírsela al director? ¿Y encima al que le dio la vida? Por supuesto que sí. Es G. Haga lo que vaya a hacer, hará que la Guerra Fría parezca un cutre programa de la televisión pública»
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