Capítulo 9, Parte 2 – Hasta nunqui, Anabel

Dormí todo lo que pude durante lo que quedaba de noche. Una parte de mí tenía miedo de que Guille apareciese en mi casa para meterme en su plan de venganza o algo así. Con este chico, nunca se sabía…

Pero por suerte, no sucedió nada. Dormí como un tronco y me levanté al día siguiente incluso más pronto de lo que pensaba. Me fui a desayunar a la cocina –Tatiana me había preparado un combinado mediterráneo-, y mientras me leía el última número de Fotogramas, observé cómo la doncella se ponía su plumas beige para salir a la calle.

-¿A dónde vas? –le pregunté intentando no parecer un jefe controlador.

-Voy a comprar el pan del día para la hora de comer, señorito.

-¡Oh, te acompaño! –Me levanté como una bala de la mesa-. No me vendrá mal un poco de aire.

-¡Perfecto!

Me llevaba muy bien con Tatiana, y pensé que no nos vendría mal conocernos un poco más si íbamos a vivir (más o menos) juntos.

Dimos un relajado paseo por la calle en dirección al Granier más cercano, pero por desgracia, este estaba un poco alejado de nuestra casa. Me resultaba impresionante el trabajo que hacía Tatiana. Cada día se recorría a pie medio barrio para llegar a la panadería que más le gustaba a mi tía y luego volver.

Mientras caminamos, me estuvo contando cosas de su familia –dos padres y una hermana pequeña que vivían en La Latina-, de su antigua vida en Uruguay y de su “intensa” amistad con Jaime, el chófer de la familia.

-Señorito, sólo somos amigos… -respondía sonrojada.

-Ya, ya, por supuesto… -los dos empezamos a reírnos. Ninguno acababa siendo sincero del todo con el otro.

-Oiga, ¿y al final le contó aquello a la chica misteriosa?

Me había olvidado por completo de ese tema. Habían pasado tantas cosas últimamente que no recordaba la cornamenta que había recibido Daniela. Tuve que negar con la cabeza.

-Decidí guardármelo para un momento más apropiado.

-Mm… -se quedó pensando-. Bueno, supongo que hace usted bien. En este sitio la gente sabe hablar con mucha propiedad, es bueno tener munición cargada, ¿no?

-Así es.

-¡Anda, mire, hemos llegado a su escuela!

Así era. Iba todos los días al instituto en coche, y sin embargo hoy habíamos llegado a pie. Aún no habíamos llegado a la entrada del centro cuando vi salir de él al padre de Guillermo, al director Alcázar, con un semblante más duro del normal.

-Ay, dios. –Solté sin querer-. Escondámonos.

Me llevé a Tatiana detrás de un muro del edificio, y observé cómo el señor entraba en su BMW negro mientras que Anabel, la secretaría, le perseguía con el maquillaje corrido por su cara.

-Por favor, Eduardo, no me hagas esto. ¡Éramos felices!

-Lo siento, Ana, esto es por mi hijo. No quiero que se entere y creo que… Bueno, que podrías aspirar mejor a otras metas que no trataran el sexo a cambio de ascensos.

El director era casi idéntico a su hijo, ya no solo en el físico, sino en su manera tan fría de rechazar a alguien. Anabel se estaba rompiendo por dentro, se la veía tan destrozada que me daban ganas de ir a agarrarla antes de que se cayese al suelo.

-Yo te amaba. Te amo.

-Y yo… -se quedó un rato pensando la respuesta-. Amo a mi mujer. Lo siento.

Se metió en el coche y su chófer avanzó por la carretera, dejando a la destruida secretaria (o ex secretaria) Anabel sola, en mitad de la limpia acera madrileña.

-¿Va todo bien? –preguntó Tatiana al cabo de un rato, algo asustada.

¿Que si iba todo bien? Guille se había escapado, su padre casualmente dejaba hoy a Anabel y encima la despedía, y según los dorados, el plan del Supremo ya había comenzado… Todo pintaba a que nuestro G tenía que ver un 100% con esto.

-Sí –acabé respondiendo-, he visto a uno de mi clase y no me apetecía saludar, solo eso.

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Escrito por

Nacido en el Madrid de 1998. Amante del cine, los libros y su ciudad. Nada como la buena música, la elegancia y vivir la vida siempre siendo uno mismo. Instagram: drigopaniagua. YouTube: Rodrigo Paniagua

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