Felipe y yo nos quedamos callados. Pero G no parecía haberse enterado de nada. Acababa de aparecer de la nada, con su mejor traje hasta el momento, sonriendo como un estúpido y sin siquiera parecer lo más mínimamente extrañado por la situación.
-¡Venga, tíos! –Guille parecía más que animado. Nos abrazó-. Ni que hubieseis visto a un fantasma.
-Pues por poco –repuse-. ¿Dónde te habías metido?
-Haciendo unos arreglillos. Moviendo hilillos y encajando asuntillos pendientes, ya sabes.
No, no sabía. Pero algo me decía que cuando el Supremo hablaba con tantos diminutivos, no se traía nada bueno entre manos.
-Ven con nosotros, G –le sugirió F-. Te había reservado un sitio.
-Estupendo.
Él nos adelantó, y yo paré un instante a mi “amigo”.
-¿Sabías que iba a venir y me sacas el tema de Dani? –le grité a susurros.
-Eres tú el que me ha traído a hablar a la entrada, que es por donde iba a venir, listillo.
-Ah, sí, era mejor charlar de Daniela frente a Daniela.
-No voy a discutir, tengo algo llamado “modales”. Algún día sabrás lo que es.
-Lo único que sé es que es que no significa “honestidad”, si lo tienes tú.
-¿Acaso crees que te tendía una trampa? Vaya un amigo estás hecho.
-¡Chicos! –Guille nos llamaba ya desde nuestro sitio-. ¿A qué esperáis?
Felipe y yo le sonreímos, y en cuanto él se giró, nos miramos con recelo entre nosotros.
-Esto no ha acabado –le advertí.
-Has desconfiado de mí cuando yo ya te veía como uno más. Por supuesto que ha acabado.
Fuimos a sentarnos furiosos a nuestros respectivos asientos, y al llegar, Guille me había usurpado el sitio.
-Guille, ese es mi asiento.
-Por lo que parece, ya no –le miré enfadado-. Venga, tío, enróllate. Así estaré frente a mi “amorcito”.
Se dieron la mano delante de mí, me ponía enfermo. ¿Su “amorcito”? ¿Cuál de los ochocientos? Y si yo quería ese sitio era por eso mismo. Aun así, me callé y me senté a su derecha. Felipe tenía razón, tendría que olvidarla tarde o temprano.
-Siento haber tardado tanto, me entretuvieron en el photocall. Y siento haberos mantenido tanto en vilo…
-¿En vilo? –Comentó medio cabreada Daniela-. Guille, anoche fuimos a comisaría por ti.
-Y lo siento. Pero ahora, todo está por fin en orden.
-¿A qué te refieres con que está en orden? –preguntó Felipe.
No supe si quería que respondiera a esa respuesta, porque después de lo que habría hecho Guille, cabía la posibilidad de que hubiese dañado a tres víctimas: una de ellas, su padre. Le había puesto la cornamenta a su propia madre. Por otro, Anabel. Era la zorra a la que el temible G quería destruir. Y por último, Joaquín. Un chivato nunca estaba bien visto.
Por suerte o por desgracia, antes de que pudiera contestar, las luces de la sala fueron perdiendo brillo y una voz en off comenzó a sonar por toda la habitación presentando la gala.
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