Dos mujeres supuestamente famosas –que yo no conocía para nada- se subieron al escenario de la sala a presentar la gala. Ambas eran rubias y parecían gemelas. Con tanto Botox no se les debía de reconocer ya en las fotos de cuando eran jóvenes.

-Hola a todos, y gracias por estar esta noche aquí, en la Prix de la moda de Marie Claire, un año más…

-¿Por qué escapaste? –le pregunté a Guille.

-Pensé que tú serías el único en suponerlo –me respondió en susurros-. No le habrás contado nada de esto a nadie, ¿verdad?

-No, pero necesito respuestas. Te marchaste de casa y ni siquiera mandaron a nadie a buscarte. ¿Por qué haces todo esto?

-Tenía que hacer unos arreglillos, ya te lo he dicho…

-Esos “arreglillos” suenan a que estás metido en la mafia. Desembucha, Alcázar –se quedó callado-. ¿A quién se las has hecho pagar?

-Eso no es asunto tuyo.

-Venga, tío. Te guardé el secreto, ahora no me puedes dejar así.

Alguien nos siseó en la mesa del otro lado de la sala. Me recordó a la bibliotecaria del instituto cuando hablaba con Pablo. Aun así, continué hablando, esto era serio.

-¿Ha sido a tu padre, a la secretaria o al dorado desterrado?

-Si tanto quieres saberlo, ha sido a los tres.

La gente empezó a aplaudir, alguien había ganado algo. Cuando una mujer realmente guapa con unas facciones muy marcadas subió al escenario a recibir el premio a mejor modelo del año, continué con la charla.

-¿Y cómo?

-Contacté con mi padre por la noche poco después de que volvieseis de comisaría…

-Espera, ¿lo sabías?

-Por favor –dijo casi riendo-, ¿qué no sé yo? El caso es que le dije que se encargase de demostrarme que no volvería a pasar lo de Anabel y él me prometió que se desharía de esa zorra como se deshizo de la lealtad hacia mi madre.

-Y así ha hecho. Yo mismo he visto esta mañana cómo le daba el adiós.

-Así me gusta, papá. –Habló para sus adentros.

Esta vez sisearon a Guille, y fue alguien de nuestra mesa. La gala concedió otro premio a un nuevo modelo, esta vez masculino.

-¿Y al que queda?

-Si hablas de Joaquín Bretaña, a ese imbécil no me ha hecho falta ni tocarlo para darle una lección.

-Guillermo. Qué has hecho. –Pregunté asustado.

-Venga, D, si tú conoces de sobra lo que he hecho. Lo usé también contigo –me respondió guiñándome un ojo. Yo tardé un poco en caer, pero cuando lo hice, no pude evitar subir el volumen al hablar.

-¿Por eso no ha venido Izan?

-Eh, chicos –un guardia de la entrada había venido a nuestro sitio-. Como no dejéis de hablar voy a tener que pediros que os marchéis.

-Disculpa, Andrés –dijo Guille, como si le conociera de toda la vida. Aunque seguramente fuese así.

Tuvimos que quedarnos callados durante el resto de la gala, y para entonces, aquel tema ya se me había ido de la cabeza. Tuve que darle dos besos a unas cuantas personas que no conocía y que me acababan de presentar antes de irme. También saludé a Pablo y a Débora, que estaban al fondo de la sala y parecían estar bien.

Jaime me recogió casi a la entrada del lugar donde se había organizado el Prix, y nos marchamos de allí sin mirar atrás. Bueno, yo eché un último vistazo a Guille caminando hacia su coche, tan tranquilo y tan elegante como siempre. ¿Por qué nunca parecía asustado? ¿Por qué nunca parecía inseguro? Siempre estaba completamente decidido a cualquier cosa, en cierto modo le envidiaba.

Pero por otro lado, no quería ni imaginarme la cara que tendría ahora Joaquín.

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