Llegó una nueva semana al Octavo, rodeada de los rumores sobre la ausencia de Izan y Emma durante la gala de este año en la Prix, la escapada repentina de Guille a Nosesabedóndelandia, y sobre mí, cómo no. El chico nuevo que se estaba haciendo con todo, por lo que parecía.
Es lo que tenía ser el primer Golden boy de origen humilde.
Al pasar la primera hora del día —Historia con el profesor Canillas—, Rico se abalanzó sobre mí durante el descanso, en medio del pasillo principal. En cierto modo no me hacía mucha ilusión verle, es decir, aunque no le dijese nada, me sentía un mentiroso por no contarle lo de su hermana con su mejor amigo. Aun así, intentaba no pensar en ello.
—¿Qué pasa, chaval? —Rico y yo ya nos llevábamos como hermanos de toda la vida—. ¿Cómo te fue en la Prix? O como la llama mi madre, la Conferencia de bulímicos.
Empezó a reírse como si ese mote no hubiese estado fuera de lugar. Aunque, sabiendo cómo era la madre de los Plaza, no me extraña que los llamase así…
—Muy bien, la verdad, fue asombroso. ¿Y tú qué hiciste?
—¿Yo? Nada, estuve con mi hermana jugando a videojuegos toda la noche, no nos apetecía salir…
Madre mía. Al parecer, no era yo el único que mentía. Con que su hermana, ¿eh? ¿Qué me estaría ocultando Rico como para tener que meter a Débora en todo el batiburrillo?
—Ya…
Me fui a ir para dar por acabada la conversación, pero entonces me paró. Agarró con fuerza mi brazo y se puso serio.
—Tengo algo que decirte.
Pensé que se lanzaría a contarme la verdad sobre lo que hizo aquella noche, pero no cayó esa breva. Aun así, me contó algo demasiado impactante.
—¿Qué ocurre?
—Joaquín Bretaña. Y bueno, Victor. He oído que buscan jugártela.
—¿Cómo jugármela?
—Venga, tío, ¿no le has visto hoy la cara a Joaquín?
No lo había hecho. Pero entonces me giré, y le vi al fondo del pasillo. Tenía toda la zona entre su mejilla y su ojo izquierdos morada, y también un pequeño corte en el labio. Me llevé las manos a la boca, no pude evitarlo. No era la primera vez que veía algo así, me había criado en una zona muy peligrosa de mi barrio, pero aquello, en aquel sitio tan sofisticado, me tocó.
—¿Quién se lo ha hecho?
—Alguien con la suficiente fuerza, que además no hubiese ido a la Prix de la moda y que hiciese cualquier cosa por satisfacer al Supremo.
Me quedé sin aliento. Izan. Por un momento, agradecí que a mí sólo me hubiese tirado Coca-Cola por encima.
—¿Y por qué se quiere vengar de mí?
—Vamos, ya sabes cómo son los chicos aquí. Quieren entrar en la élite, llevan años intentando hacerlo, y de pronto aparece el “vagabundo”, un donnadie que les arrebata el puesto y que además causa que Izan les patalee las caras.
—Para empezar, Izan le pegó por chivarse de Guille en mitad de clase. Yo solo fui testigo.
—Eso a él no le importa. Eres el nuevo, te culpará de todo.
—Ya, pues de eso nada. ¿Sabes qué tienen pensado hacerme esos capullos?
—No lo sé, pero en cuanto lo sepa, te mandaré un mensaje.
«Llegan nuevas noticias a la Milla de Oro:
Por lo que parece, la carrera por la Gran Vía ha pasado de Juegos Olímpicos a Juegos del Hambre. Yo no sería un buen tributo, pero seguro que sabré apañármelas con dos niños de papá. Deseadme suerte»
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