Capítulo 11, Parte 1 – Dulce y dorada Navidad

Meses después del incidente del caballo, aquí nos encontrábamos de nuevo. Todo seguía igual, pero todo había cambiado. Los golden boys no habían perdido su esencia, y tampoco mis amigos de fuera de la élite. Victor y Joaquín, los dos pobres responsables de que Claudia Martín acabase hasta las cejas de mierda equina, no tardaron mucho en sumergirse en el papeleo para cambiarse de centro. Su vida social comenzaba a desintegrarse más de lo que ya lo hacía antes del incidente.

Pero no eran los únicos que cayeron en batalla. Apenas le dio tiempo a marcharse a noviembre cuando Felipe casi perdió la vida por una sobredosis. Actualmente se encontraba en un centro de desintoxicación en Príncipe de Vergara, y por el momento, no podía recibir visitas del exterior. Se le echaba realmente de menos, sobre todo su ex-novia, la reconocida actriz Alexis del Carmen, quien no paraba de hablarme para ver si sabía algo de él. Felipe del Valle era tan adicto como adictivo, de tal modo que normal que se acabase consumiendo.

Por otro lado, y de verdad que no recuerdo en qué momento, Pablo y él habían logrado una buena relación, y de ahí a que la lograse con Guille no tardó mucho. Mi queridísimo mejor amigo había logrado lo que siempre quiso: merodear con las celebrities del instituto. Él y Débora, la hija de la familia de los embajadores Plaza, habían decidido salir a la luz y mostrarle al mundo lo mucho que se amaban. Rico, su hermano mellizo, no puso mucho impedimento, y mucho menos cuando ella le confesó que sabía lo de su relación con la limpiadora del Octavo. Una relación, por cierto, más que acabada.

En cuanto a Guillermo Alcázar, el Supremo del grupo, las cosas le iban más que bien. Qué raro. Su relación con su padre aún tambaleaba, pero su terapia de desconexión a base de fiestas en Mallorca y salidas por las zonas VIP de cada local de Madrid le hicieron mejorar tanto como persona, como portavoz de un grupo de amigos. Su relación con Daniela no cuajó, como era de esperar, y ahora ella no quería salir con nadie más. Decían las malas lenguas —Emma López-León— que solo quería salir con un chico… Diego Olmedo. Yo. Pero el hecho de que fuese ex novia de lo que yo ahora consideraba un “amigo” me echaba para atrás.

Llegó el final del año, para ser exactos, el 24 de diciembre. La víspera de Navidad era muy importante para lmi tía Lina, y por eso celebramos una cena de escándalo con sus conocidos más cercanos y alguna que otra familia más cercana a mí como los Alcázar o los Calatayud. Dios, el padre de Izan era un completo intolerante. Menos mal que Tatiana libraba aquella noche, porque el señor Calatayud le hubiese llamado de todo. Mis padres no pudieron ir, y aunque poco después descubrí por qué, en su momento no pude evitar sentirme dolido.

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Justo después de la fiesta, me escaqueé con Guille e Izan a la fiesta de Dani en su azotea. Era espectacular. La terraza estaba llena de globos dorados, y había una fuente de chocolate blanco. Nada como una fiesta temática al más estilo Serrano para acabar el año.

Nada más entrar por la puerta de la casa, Claudia ya se puso a discutir con Izan. Llevaban unas semanas muy malas. Llevan, en realidad, unos meses pésimos. Desde lo de la mierda, Claudia necesitaba sentirse más deseable que nunca, e Izan había empezado a pasar un poco de ella. Ahora no paraba de perseguir a Guille como si no necesitase correa.

—Bueno —Guille se acercó a la fuente de chocolate para hacerme compañía. La fiesta estaba a rebosar de gente del instituto, pero no me apetecía hablar con nadie—. Feliz Navidad.

Miré mi iPhone nuevo, cortesía de Catalina Núñez. Ya eran más de las doce.

—Feliz Navidad.

—Tengo un regalo para ti. —Suspiró—. Ahora he cambiado, como habrás observado. Estos últimos meses, y reconozco que ha sido un poco por ti, pero tampoco te flipes, me he dado cuenta de que una élite no es lo mismo que una tiranía. Y aunque esté temiendo volverme un blando con este gesto que voy a hacer… me gustaría… bueno, no me importaría que tus amigos Lorenzo y Plaza comenzasen a venir con nosotros.

Casi me atraganto con el chocolate.

—Estás hablando de… ¿hacerles golden boys?

—Sí, eso acabo de decir, Diego, por favor, podrías escuchar de vez en cuando.

A pesar de terminar siempre sacando aquel lado borde y distante, la esencia de Guille se estaba disolviendo en un color blanco y puro que le iba llevando más y más a comportarse como una buena persona.

—Mañana se lo diré a Pablo y los hermanos. Te lo agradecerán mucho.

—¿Los hermanos? —Guille ladeó la cabeza—. ¿Débora no es hija única?

No podía ser que me diese cuenta en ese instante, pero Rico nunca había hablado con los dorados. Siempre estaba ocupado con “sus cosas”, y eran la parejita del año la que nos acompañaba. Como tampoco quise aprovecharme de su buena voluntad, le agradecí el gesto al Supremo y me fui a bailar. Al fin y al cabo, si Rico nunca iba con nosotros, no se enteraría.

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En cuanto llegué a la pista de baile —véase el salón—, ya se había formado un corrillo. Pero nadie estaba bailando dentro. Solo dos cuerpos quemados insultándose mutuamente.

—Si me ves tan llena de mierda, por qué no te vas tú a ella.

—Muy madura, Claudia, muy, muy madura.

—Estoy harte, Izan. No sabes lo que es querer a alguien y que aunque salgáis juntos, no te sientas correspondido —Izan bajó la mirada—. Eso, tú desquítate del tema.

En cuanto Claudia miró a su alrededor, todos apartamos la mirada. Ella se marchó de la casa, su cuerpo ardía en deseos de golpear a alguien, y nada más abrir la puerta de la entrada, soltó una última frase:

—Hemos terminado.

 

Al otro lado del vecindario, la casa de la familia Plaza no parecía tan silenciosa como lo había estado siendo durante todos aquellos años. Los gemidos y las risas cubrían el ambiente que el propio Rico había logrado crear. Su cadera se movía hacia delante hacia atrás, y su compañera de juego no parecía quejarse del trato. La diversión acabó cuando una pelirroja inesperada irrumpió en la sala.

—Rico, he llegado. ¿Tienes tú…? —encendió las luces—. ¡Oh, dios mío!

—¡¿Pero qué coño haces entrando sin llamar?!

La mujer latina que había estado mimando a Ricardo desapareció de la casa en menos de dos minutos. Débora se llevó dos días a la frente. Luego, miró a su hermano.

—¿Tú eres consciente de lo que hubiese podido pasar si se entera papá de esto?

—Papá está en Bruselas ahora mismo. Y mamá sigue en su semana de spa, así que relaja.

—No, relaja tú —se sentó sobre la mesa, un poco asqueada por lo que acabaría de pasar sobre ella—. Lo que pasó con esa limpiadora del colegio no te va a volver a pasar en la vida. Parece que aún no ves la suerte que tuviste de que no te delatase cuando la pillaron tus regalos en su taquilla.

—“Los regalos de un alumno”, a lo mejor no fui su único amante —reprochó un poco ofendido.

—¿Tan necesitado estás de pagar una puta?

—Mabel trabaja de puta porque le gusta —aseguró con cierto tono de mosqueo al hablar—. Lo disfruta conmigo.

—Lo disfruta con tu dinero. Con el de papá. Y con su nombre.

Débora se levantó de la cama y volvió a apagar las luces de la habitación.

—Ya verás como se entere papá de que utilizas su identidad para pedir los servicios de Mabel. Buenas noches.

Dejar a Rico con la palabra en la boca se había ido haciendo tradición desde aquella tarde en los pasillos del Octavo, tras el affair descubierto entre Rico y la limpiadora. Los padres de la familia Plaza trabajaban para la Embajada; como alguien descubriese el pedido diario de Mabel que hacía Rico con el nombre de su padre, Troya se iba a quedar muy pequeña para arder como lo haría.

 

El alcohol se había acabado en la fiesta de Dani, y Emma y yo nos presentamos para ir a comprar más. El aire de la calle era tan frío que parecía Andorra, y aunque la calle de Serrano fuera preciosa hasta con las tiendas cerradas y las farolas encendidas, deseábamos regresar al calor de la casa lo antes posible. Pero si me presté voluntario para ir a por más ginebra fue para charlar un poco con Emma, con quien ahora parecía tener incluso más confianza que con Débora.

—Hoy es la noche, truhán.

—¿Acabas de decir truhán?

—Daniela no ha parado de mirarte en toda la noche. Ya se ha olvidado por completo de Guille, y él de ella. No creo que haya problemas porque…

—Oye, oye, Emma. Me muero por los huesos de Dani, joder, lo sabes y lo saben. Pero hay un código entre colegas, y si salgo con ella…

—Madre mía, Dieguito. Eso es súper sexista, ¿lo sabías? Ese “código” que dices tú consiste en objetivizar a una mujer y transformarla en la propiedad de alguien. El juguete era de tu amigote y ahora él se ha cansado, pero tienes miedo de que lo quiera recuperar en unas semanas.

—No seas así, por favor. Cuando hablo de ese “código”, lo digo de una manera moral. Su relación era una mierda desde incluso mucho antes de que llegase yo. Pero si estaban juntos era porque se querían. De un modo u otro. Y si saliese conmigo, no estaría saliendo con otro chico de la escuela, estaría saliendo con uno de las personas más cercanas a él ahora mismo. Sería como clavarle una estaca… Bueno, mejor me callo porque no se si me estoy explicando.

—Pues no, cielito. Pero siempre puedes hablar con ella y…

—Tú, largo.

Claudia tan sincera como siempre. Nada más aparecer en plena calle, Emma se dio la vuelta y continuó por su cuenta la visita al chino más cercano. Gran error dejarnos solos, Claudia estaba más loca que triste. Me rodeó el cuello con sus delgados brazos y juro que me sentía como si una víbora me fuera a asfixiar.

—Tú y yo tenemos algo pendiente.

—Si hablas de la resaca, estoy de acuerdo. Hueles a destilería desde aquí.

—Qué va, es Carolina Herrera.

—Claudia, vete a casa —le pedí mientras apartaba sus brazos de mi cuerpo. Eso no pareció sentarle muy bien. Volvió a probar suerte.

—Prefiero irme contigo, no sé si me entiendes.

Claudia comencé a besarme el cuello, me estampó contra una de las paredes de la calle y ahí empezó a presionarme los pezones. Luego sus manos bajaron e intentaron desatarme el cinturón. Si ya hacía frío de por sí, aquello me congeló aún más. Comencé a ponerme nervioso, por mucho que la apartaba, ella quería más. No me iba a dejar.

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Finalmente, opté por apartarla de un empujón, uno que casi la tira al suelo. En lo que mantuvo el equilibrio para no tropezarse, me dirigió una cara repleta de odio.

—¿Pero de qué coño vas, Olmedo? Me comes el coño a principios del curso y ahora me repudias.

—¿Podrías ser menos vulgar?

—¿”Menos vulgar”? Tío, eres de Vallecas. Menos vulgar, menos vulgar… Te has amariconado. Te has vuelto otro niñato pijo y dependiente más del centro. Ya no eres lo que eras. Seguro que en pocas te comerás los restos que va dejando Guille por ahí…

Supe lo que estaba a punto de decir, y supe también que eso me haría explotar.

—… empezando por Daniela Blanco.

—Bueno, ya está bien. ¿Sabes lo que eres, Claudia? Eres una fracasada. Y buscas liarte con tíos a los que ves más perdedores que tú para que te suba la moral. Y buscas movida con gente inocente como Emma para sentirte más poderosa. Y no te voy a llamar lo que todos te llaman, porque lo que me acabas de hacer contra la pared no es de puta. Es de violadora. Así que háztelo ver, porque no quiero nada contigo. Y desde ya te digo que nunca lo querré.

El silencio de Claudia fue mucho más violento que su intento de hacerme el amor en mitad de Serrano. Por suerte, la calle estaba vacía, y nadie veía la escena. Se echó el pelo hacia atrás y tomó aire, su nariz estaba roja y su piel más pálida que nunca. Dio un par de pasos hacia mí, pero esta vez no se la vio con intenciones sexuales. Más bien, intimidantes.

—Te vas a arrepentir de cada palabra que acabas de soltarme, chusma. Y que te quede bien clara una cosita, Olmedo. Que te quede bien clara para lo que queda de tu miserable vida —acercó su boca sabor Jack Daniels a mi oído—. Aquí la puta eres tú.

En lo que el sonido de sus tacones se difuminaba con la distancia, recobré el aliento. Me senté un rato sobre uno de las bancos cercanos a mi casa, y una vez retomada la situación, fui a buscar a Emma para ayudarle a llevar las bebidas.

 

El ambiente al menos estaba más calmado en la terraza de la casa. Hacía tanto frío que Daniela había cerrado las puertas al enorme balcón con vistas de su cuarto, y solo unos cuantos se habían quedado a acabarse el cigarrillo. En lo que todos se iban marchando, Izan salió a tomar el aire y a fumarse un último piti. Lo necesitaba, después de la noche que estaba pasando.

Guille estaba sentado sobre la valla. No fumaba ni bebía, simplemente observaba el horizonte de la ciudad. Izan se encendió el Lucky Strike y le ofreció una calada a su amigo. Él lo rechazó con gratitud; su mirada estaba un poco perdida. Izan lo entendió al instante: estaba ebrio. Y Guillermo Alcázar borracho era todo aquello que no esperabas ver jamás en Guillermo Alcázar: amable, grato, cercano… y sobre todo, vulnerable.

—Cualquiera diría que te va la noche peor que a mí —supuso Izan.

—Simplemente pienso. Se acaba el curso en nada, y la mayoría de nosotros seremos historia.

—La ginebra te pone muy filosófico.

—Es la verdad, ¿no?

El Supremo le arrancó delicadamente el cigarrillo de las manos y dio una calada. Izan lo tomó de nuevo y absorbió el tabaco antes de que el filtro perdiese la esencia de su amigo. Ansiaba su cercanía como nadie nunca lo había hecho antes. Ni siquiera su novia. Su ex-novia, perdón.

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—Pareces cambiado, G.

—Supongo que me veo al borde de un precipicio. Y si te soy sincero, tengo miedo. —¿Eran lágrimas lo que asomaba por sus ojos?—. Izan, ahí fuera no soy nadie. Ninguno lo somos. ¿Y si estos han sido mis mejores años?

—Tío. Eres Guillermo Alcázar Palacios, el puto rey de la Milla de Oro. Eres un león por fuera y un camaleón por dentro. Tienes una presencia impecable y un don de adaptación que realmente envidio. Cualquiera que te tenga a su lado el día de mañana será el más afortunado del mundo.

—¿Tú te sientes afortunado?

Aquella pregunta tensó a Izan. Él sabía qué contestar por dentro, pero por fuera, todo era mucho más difícil.

—Guille, yo… Ya sabes que te aprecio como nadie, y que siempre voy a estar ahí cuando lo necesites…

—No te he preguntado eso. ¿Te sientes afortunado? —Izan, con todo el miedo que había ido acumulando con el paso de los años, se atrevió a negar con la cabeza. Guille agarró su cigarrillo y lo tiró al vacío de la terraza—. ¿No te sientes afortunado?

—Simplemente… —tragó saliva—. Simplemente desearía ser más afortunado aún.

Quizá fue el alcohol, quizá el tabaco, o quizá el paisaje urbano que tanto les sumergía en el ambiente. Pero Guillermo Alcázar, siendo presa de su propia caza, agarró del polo de marca a su mejor amigo y le besó con la pasión con la que se besa a alguien a quien realmente quieres.

El corazón de Izan Calatayud se detuvo durante un pequeño instante. El primero de sus sueños en cumplirse. Tenía miedo de ser descubierto si rompía con Claudia, pero ahora que su único amor era correspondido, el mundo como todos lo conocen ya no existía para él. Solo existía un mundo, un universo, y ese era Guille. El chico más amado y temido del Octavo… y a la vez el más peligroso.

Fue por eso que, al abrir la puerta de la terraza tras mi bronca con Claudia, y ver aquella escena en directo, no me creí ni un solo segundo de ese beso. El Supremo estaba jugando a algo que Izan desconocía, pero aún no sabía a qué.

 

Pero aquello, para sorpresa de todos, no sería lo más insólito de la noche. A esa misma hora, en la otra punta de la Milla de Oro, un Lexus color ocre estaría aparcando frente a la casa de lo que la élite de Serrano conocía como el hogar de los Martín. Ni siquiera Claudia, la pequeña de la familia, se esperaba esta visita, pero para cuando regresó a su casa tras la ruptura con Izan y su discusión conmigo en plena calle, la impresión le hizo dejar caer su Louis Vuitton al suelo.

—¿Borja?

—Hola, hermanita.

«Aviso a toda la ciudad.

El Supremo Original ha vuelto. Nadie es consciente aún, pero cada vez falta menos para retomar las clases, y el Octavo va a lucir como no lo había hecho hasta el momento. Descanse mientras pueda, señorito Alcázar, porque ese beso inesperado es el menor de sus problemas.

Con mucho afecto pero poca fama,

DON»

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Escrito por

Nacido en el Madrid de 1998. Amante del cine, los libros y su ciudad. Nada como la buena música, la elegancia y vivir la vida siempre siendo uno mismo. Instagram: drigopaniagua. YouTube: Rodrigo Paniagua

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