«¡Buenos días a todos, habitantes del infierno dorado!
Hoy traigo noticias bien frescas. Y es que no hay nada mejor para empezar el curso que una nostálgica visita del Príncipe de las Tinieblas. Borja Martín, quien hasta el momento había estado desaparecido del mapa, regresa a las andadas para recuperar el trono que tan fácilmente se le había arrebatado…»
El elenco al completo de la élite madrileña se paró en seco nada más ver la figura de su querido y viejo amigo Borja postrado frente al portón de entrada al Octavo. Este les sonreía desde arriba de los escalones, pero era la única sonrisa que se percibía alrededor. El frío helado de enero dejó a todos sin habla y yo llegué en el peor momento posible.
—Chicos, ¿qué os pasa? Parece que habéis visto a un fantasma.
—¿Y este quién es?
Borja se acercó a nosotros.
—Es Diego —respondió Emma con lo que parecía ser un intento de sonrisa—. Ahora viene con nosotros.
—Al igual que sus amigos —Daniela intentó mostrar más valor al hablar—, que dentro de poco se unirán al grupo.
El Supremo Original carcajeó. Luego me inspeccionó, de arriba abajo. Se puso a andar a mi alrededor, me sentía como un trozo de carne sangrante a punto de ser presa de un tiburón. Después, Claudia entró por la puerta de la valla en la que nos habíamos aglomerado todos.
—¡Veo que ya habéis visto quién ha vuelto! ¿No os hace ilu? —Claudia abrazó a su hermano con tanto cariño que casi parecía incestuoso.
—Súper yupi —aquel comentario de Guille me hizo vomitar una pequeña risotada que paré al instante. Pero ya era demasiado tarde. Había provocado al alfa.
Se aproximó tanto a mí que debía de estar oliendo mi miedo, tanto como yo su colonia de Loewe. Y entonces chascó los dedos y señaló la puerta de entrada al instituto a su espalda. Di a entender que debía marcharme, pero dado que todos estaban quietos y callados, presas del pánico, decidí no llevarle la contraria.
Una vez fuera de la escena, el elenco continuó con su reunión de viejos actores. Ninguno había cambiado, aunque puede que ahora llevasen otras máscaras, porque la función era distinta. Borja miró de reojo a su ex mejor amigo.
—Te veo bien, Alcázar.
—Yo también me veo bien.
—Tienes suerte de que haya vuelto —se giró al resto del grupo—, debías de estar cansado de ejercer tanto poder. Eso no es para cualquiera.
—Me da a mí que el poder se me ha dado bastante bien, Borjita.
—¿En serio? —Se dio la vuelta para ver cómo entraba por la puerta del Octavo—. ¿Dejando entrar a chusma tercermundista en nuestra élite?
—El chaval es de Vallecas, no de Zimbabue —reprochó Izan, en defensa de su querido amigo.
—Se le ve a la legua. Menos mal que he llegado a tiempo para volver a poner las cosas en orden.
—¿Disculpa? —Cuestionó un Guillermo Alcázar bastante confuso—. Ni siquiera te has puesto el uniforme.
—Es que me he tomado un año sabático, campeón. Lo tengo todo para mí. Bueno, para mí, y para vosotros. —Dio un paso más hacia ellos—. El Eminem ese y sus demás colegas no tocarán ni de roce la élite, ¿queda claro?
—Completamente, hermanito —Claudia estaba más que emocionada por que yo me marchase de los dorados; no me había hablado desde que le dejé las cosas claras en Navidad. Todos la observaron con resentimiento menos Emma, quien ya apenas se atrevía a mirarle a los ojos.
—Bien. Ahora, disfrutad de las clases, pardillos. Esta noche toca fiesta.
El temblor pasó de un golden a otro. El mal iba a reinar de nuevo en Serrano, y nadie podría detenerlo. Esta vez, venía con más fuerza que nunca.
Dando una vuelta por la segunda planta de Louis Vuitton, Débora, Pablo y yo mirábamos abrigos mientras les narraba la escena que había presenciado por la mañana. Ni P ni yo sabíamos mucho de Rico últimamente, suponíamos que estaba hasta arriba de deberes.
—Recuerdo a Borja Martín —memorizó Pablo—. Ese capullo es la versión perversa y manipuladora de Guille. Es normal que quiera lanzarnos al lodo, dado su historial… ¿Tú no vas a decir nada? —Dijo a Débora, quien estaba más centrada en los bolsos de última temporada que en la conversación—. Pareces ida.
—¿Qué queréis que os diga? Es un cretino. Al igual que todos los golden boys. No sé qué os esperabais, nunca hemos formado parte de su mundo, y nunca lo haremos. Keep Calm And Carry On.
Siempre supuse que Débora pensaba todo aquello. Ella era demasiado increíble para pensar en tonterías tales como agradar a alguien que no le agradaba a nadie, y todo aquello debía de estar aburriéndole ya. Sin embargo, Pablo estaba realmente molesto con la situación.
—Pues yo discrepo. Creo que hemos llegado demasiado lejos en estos meses como para rendirnos ahora. ¿Qué ha sido de “Diario De Un NO Famoso”? Lo creamos para joderles, y ahora que son nuestros amigos…
—Amigos… —musitó sarcástica Débora.
—Debemos acabar lo que empezamos. Pero esta vez, el blanco será otro.
—¿Hablas de ir a por el Supremo Original?
Las ansias de poder de Pablo a veces me asustaban, pero esta vez nos vendrían incluso bien. Después de gastarnos unos quinientos euros en la tienda, salimos con las manos llenas de bolsas y la cabeza llena de ideas.
El caballo de Troya ha llegado a la Milla, zorras.
En la casa de los Plaza, el ritmo de vida no había variado mucho. Salvo por una sola cosa: Mabel. Y bueno, quizá por otra más: el padre de Rico y Débora llegaba de Bruselas. No fue sorpresa que al abrir la puerta, sus maletas se cayesen al suelo.
—¡RICARDO PLAZA! ¡QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ!
Esas fueron las últimas palabras que Rico recordó nítidamente. En lo que su padre mencionaba a toda su familia, Mabel salía de nuevo corriendo de allí y el calor aumentaba en la habitación, mi querido amigo hizo memoria de todos los instantes que le habían llegado hasta ese. Hasta el momento en el que todo cambiaría para él.
A las cinco de la tarde, y con el piso vacío, Guille dejó a entrar a Izan a su casa. Este le propuso ponerse al día con los deberes, pero al mano derecha del Supremo se le ocurrieron otros planes…
Le lanzó sobre el sofá y se tumbó encima de él. Comenzó a besarle el cuello, y de un modo u otro, Guillermo Alcázar no se estaba sintiendo cómodo. Le apartó de un empujón y se colocó bien sobre el sofá. Izan hizo lo mismo, preocupándose por lo que estaba ocurriendo.
—¿He ido demasiado al grano?
—Perdona, es que con la vuelta de Borja, el mundo se me ha echado encima. Voy a tener que organizarme muy bien para que no se vuelva una molestia.
—No te preocupes por él, todos saben aquí que el que mandas eres tú ahora.
—Eso da igual, Borja no atenderá a razones. Es un tirano.
—Dejando ese tema a un lado… —Izan acercó su cara a la de su mejor amigo—, ¿qué va a pasar entre nosotros?
Guille no entendió la pregunta, pero tener tan cerca de su cara a Izan le hizo levantarse a por una copa.
—¿Me podrías explicar eso? Lo digo porque tu padre te mata como sepa esta faceta tuya, y si la gente se entera de nuestro affair navideño, pasarás a ser oficialmente la zorrita del Supremo. ¿Es eso lo que quieres? Porque no es por nada, pero zorrita del Supremo suena a mote de cárcel.
—Ya sé que es una situación complicada pero sé que entre los dos podremos buscarle solución —se levantó junto a él y le agarró por la cintura—. Desde fin de año solo pienso en tu cuerpo fundido con el mío.
—Esa es una imagen muy poética —recapacitó apartándole de su lado—, pero las cosas no son tan fáciles. Además, ¿qué diría Claudia?
—A Claudia que la follen. Yo quiero estar contigo, joder, que no entiendo por qué no lo pillas.
—¡Lo pillo, lo pillo! Pero es que ahora no quiero pensar en esas cosas, ¿entiendes?
Izan intentó mostrar un poco de empatía por su amado. Se sentó de nuevo en el sofá y sacó el cuaderno de Historia de su mochila. Comenzó a hacer los ejercicios de la página 97, mientras que Guille abrió su libro por la página 80.
—Esto… Izan, ¿tienes las preguntas del Tema 6 hechas? —Éste afirmó con la cabeza—. ¿Me las podrías dejar? Pensar en ti durante la clase me ha hecho gastar mucho tiempo…
Izan se las prestó con el rostro sonrojado. Oh, Izan, no tienes ni idea de dónde te acabas de meter.
Una semana después, mis viejos amigos y yo nos encontrábamos donde nadie se esperaría a principios del curso: despidiéndonos de uno de ellos en el Aeropuerto de Adolfo Suárez. El Señor Plaza finalmente había optado por mandar a Rico a un internado, lejos de las putas, lejos del dinero y lejos de las malas influencias. Tanto Pablo como yo estábamos destrozados, pero a Débora parecía no estar afectándole mucho. Supongo que ya lo veía venir.
—Cuidaos mucho —me dijo tras un abrazo.
—Cuídate tú —le respondió Pablo—. A saber lo que hay en ese sitio.
—Pues mala leche, seguro. Es un internado cristiano.
—No le des vueltas antes de verlo, anda —Débora le despeinó un poco y luego le dio un golpe amistoso en el hombro—. Espérame en el control, anda.
Mientras Rico se alejaba, vimos cómo Débora se situaba entre Pablo y yo y suspiraba como si tuviera la intención de darnos otra noticia dolorosa. Aunque mi amigo no se debió de dar cuenta.
—Bueno, supongo que solo quedamos nosotros tres.
—No te hagas mucho a la idea. Yo también me voy.
Si lo de Rico ya nos había chocado, esto nos dejó paralizados. Noté cómo la respiración de Pablo se paraba. Quise preguntar qué pasaba, pero no sabía ni cómo hacerlo.
—Estoy cansada de la élite. Llevamos toda la vida lidiando con ella, pero este último curso nunca hemos estado tan cerca del sol… y me empiezo a quemar. He aprovechado esta ocasión para pedir a mis padres cogerme dos trimestres sabáticos y me voy a estudiar a Londres hasta finales de verano.
—Cu… Cu… —Pablo apenas podía respirar—… ¿Cuándo te vas?
—En un par de días. Aún tengo que hacer la maleta. —Se le cayó una lágrima que intentó ocultarnos fallidamente—. Bueno, odio las despedidas, así que yo me quedo aquí con mi hermano. Vosotros coged un taxi y marchaos, anda.
Nos dio un abrazo rápido y se marchó de allí sin decir nada más. Yo me quedé hecho polvo, y no me quería ni imaginar cómo estaría Pablo.
En la casa de Emma, Dani escuchaba música de Camila Cabello mientras que su amiga le hacía una trenza digna de ser llevada. La conversación sobre mí surgió rápidamente:
—Él se muere por ti y lo sabes. Pero dice que ahora es súper amigo de Guille y que no le quiere fallar, bla bla bla…
—Lo entiendo. Es el poder de la amistad. Pero yo no me veo capaz de lanzarme. Y mucho menos con alguien por quien estoy tan pillada.
—Dani, venga, no es tan difícil. El sí ya lo tienes, de hecho. Estás tribuena, te esfuerzas cada día por superarte y nunca dejas que un no se quede en un no. Recuerda, si no, cuando conseguiste aquella sesión para ASOS.
—Eso fue distinto —respondió sonrojada. Se quedó mirando fijamente su reflejo en el espejo de la habitación, pero no logró encontrarse—. No sé de qué soy capaz, Emma.
—Eso, cariño mío, depende solamente de ti. Escucha —dejó la trenza a un lado y se sentó frente a ella—. Eres fuerte. Si superaste aquel periodo oscuro,… porque lo has superado, ¿verdad? —Daniela afirmó orgullosa con la cabeza—. Bien. Pues entonces, eres capaz de todo.
—El amor y la bulimia no son comparables.
—Tienes razón —Emma se puso seria y le agarró de la mano—. La bulimia se supera. El amor se afronta.
Le besó dicha mano. Daniela casi llora de la emoción. Le había costado tanto dejar esa obsesión que le había dejado huella en la cabeza para el resto de sus días. Su amiga le abrazó, esperando que así se quedase más a gusto. Pero aun así, quedaría por resolver sus asuntos conmigo.
Al día siguiente, un viernes como otro cualquiera, Pablo me acompañó a casa y nada más entrar por la puerta, me encontré con algo que por un lado no me esperaba, y por el otro tampoco me sorprendió. Mi tía Lina había organizado una fiesta dentro, con globos color plata y un servicio de catering. Después de cerrar la puerta, tía Lina entró al salón con un elegante vestido turquesa y unos tacones más altos que ella.
—¡Querido! ¿Qué te parece?
—Qué… Tía, ¿qué pasa aquí?
—¿Creías que me había olvidado? Sé que es tu cumple, y quería celebrarlo por todo lo alto. Uno no cumple dieciocho a diario…
—Mi cumple es el mes que viene.
—¡Pero te lo hubieses esperado! Anda, ponte el traje que te ha dejado Tatiana sobre tu cama y recibe a los invitados, estarán al caer. He invitado a todos tus amigos.
—¿Tú lo sabías? —Le pregunté a Pablo ya en mi cuarto, mientras me anudaba la corbata del traje de El Ganso que me había comprado mi tía.
—Siento haberlo ocultado, pero era una sorpresa. Además, nos vendrá bien mantener la amistad con los dorados —acudió directamente a mis cajones de la mesilla de noche y encontró el diario.
—No, tú no te cortes, registra lo que quieras…
—Nos quedamos en algo que pasó el año pasado ya. Hay que retomarlo, desde el principio. Ahora el enemigo ya no es Alcázar, sino Martín. Tanto Borja como Claudia, ambos son insufribles.
Agarré el diario y le tiré sobre la colcha. Le dije que lo dejara por el momento y me acompañase a recibir a los invitados de mi cumpleaños, pero él ni siquiera iba vestido para la ocasión, y es que resultaba ser que había quedado antes de quedarse en la fiesta. Con que me despedí de él y me coloqué la máscara de anfitrión por lo que quedaba de día.
Pablo hizo una pequeña parada en un restaurante de la Gran Vía llamado Ôven. Allí le esperaba un asunto que sabía que le costaría superar. Débora. Se sentaron a cenar y pasaron la siguiente hora disfrutando de su compañía, algo que no volvería a pasar hasta dentro de mucho tiempo.
—Pablo, voy a echar muchísimo de menos esto… —confesó casi al acabar el postre.
—No te vayas, por favor —Débora bajó la mirada, agotada—. Dejaremos de ir con los golden boys y llevaremos a cabo el periódico escolar como lo hacíamos antes. Pero por favor, no me dejes.
—Tengo que hacerlo, ¿vale? Te quiero, y eres la única verdadera razón por la que no querría irme de aquí. Pero mi sitio no es aquí. Y aunque te cueste reconocerlo, tampoco el tuyo.
Las palabras se acabaron en aquella mesa del restaurante. La camarera trajo la cuenta y Débora soltó un par de billetes sobre el mantel.
—A esta invito yo. Te lo mereces.
Esta vez se volvió a marchar sin dejar un claro adiós, pero aquella despedida iba a ser mucho más dura que la que ya habían tenido en el aeropuerto. Pablo, que casi nunca lloraba, comenzó a hacerlo de tal modo que salió avergonzado del restaurante. Cogió aire al sentir la brisa de la calle, y regresó andando a casa.
Pero esa noche no estaría para fiestas.
Hablando de fiestas, durante la mía, no fue hasta las diez de la noche que ninguno de mis amigos se presentó. Sonaba The Party’s Here, de Clooney, y de repente sonó el timbre. Apartando al resto de compañeros de clase que habían venido de mi camino, alcancé la puerta y vi el motivo: el Supremo Original ahora dirigía al corral con más mano dura que nunca. Fue el primero en entrar a mi casa.
—Disculpa, Berto —le llamé así aposta—, pero tú no estabas invitado. Así que… Supongo que conocerás el camino de vuelta a la calle.
—Por favor, chaval. Las mejores fiestas son aquellas en las que no están invitado. Lo dijo una vieja amiga mía de Nueva York. Ahora, tráenos el champán y sigue a lo tuyo.
Mi paciencia se agotó. Llevaba solo un día en mi vida y ya le quería fuera de ella. Le agarré con fuerza del codo y el ambiente se puso más hostil que nunca. Noté cómo mi tía presenciaba la escena, y fue lo único que me impidió no romperle la cara ahí mismo.
—Te vas ya de mi casa, pedazo de mierda.
—Chicos, basta —murmuró Daniela para no dar la nota delante de todos.
—¿Tu casa? Creí que era de tu tía. Tu vivías en… —se giró hacia los dorados—, ¿qué puente dijisteis, chicos?
—¡Seguridad!
Siempre había querido gritar eso en una fiesta. Y por suerte, en aquella fiesta mi tía contrató a una mujer capaz de dirigir toda la ceremonia y encima echar a los indeseados. Le hizo un tipo de llave en el brazo y él empezó a gemir de dolor. Fue una imagen patética.
—¡Vale, vale, me iré! Pero antes, dejadme ir al baño. Quiero quitarme este olor a mediocridad de las manos.
Dejé que Borja se fuera. Grave error. Porque a donde entró, no era el baño. Y nada más abrir la puerta de mi habitación, no pude evitar arrepentirme de no haber guardado el diario que había sobre la colcha de mi cama.
«Y aquí es donde Diego Olmedo Núñez muere.
Con justo dieciocho años. En su propia fiesta de cumpleaños. Ha sido un placer hasta el momento. Hoy me tomaré las copas que hagan falta, porque sé que mañana nadie, absolutamente nadie, querrá saber de mí. Y puede que ni siquiera Pablo.
Con mucho afecto pero poca fama,
DON»
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