A la mañana siguiente, despertarme fue como abrir los ojos en un nuevo mundo. Los pájaros cantaban, el sol nos enfocaba y éramos las estrellas de un cuento de hadas. Dejé a Daniela durmiendo en su cama de sábanas blancas y llegué a casa en poco menos de media hora. Se respiraba tal calma en la calle que quería tomarme mi tiempo para disfrutarla.
En lo que llegaba a casa, temía que mi tía estuviese enfadada por no avisar de que no dormiría en casa. Pero tras cerrar la puerta, me dio un abrazo tan fuerte que apenas parecía ella. No parecía ella. Me cambió la cara.
—Tía, ¿qué ocurre?
—Querido, esto es difícil de contar. Así que iré al grano. —Comenzaron a brotarle un par de lágrimas del ojo—. Tu padre está muy mal. Muy mal de lo suyo.
El mundo cayó a mis pies. Mi madre me había mentido. Cuando acepté mudarme a Serrano, fue porque me prometió me aseguró que él ya estaba recuperado. Y entonces me di cuenta de todo, de por qué me vine a casa de tía Lina, de por qué nadie mencionaba la enfermedad. Todo esto era porque no había más dinero en la familia para el tratamiento.
Le pedí permiso y me fui a mi cuarto a tumbarme. La cabeza ahora me daba vueltas. Cuando al fin todo parecía volver a ir bien…
Daniela Blanco despertó un par de horas después, tan llena de energía como yo. No tenía nada que hacer por la mañana, con que se puso un vestido y un abrigo y salió a dar un paseo por los alredores. No tardó mucho en cruzarse con Guille Alcázar, quien había tenido la misma idea. La diferencia era que su paseo no estaba resultando del mismo goce…
Su mirada estaba acuosa, su nariz roja del frío y ni siquiera estaba peinado a la perfección. Dani sabía que algo había ido demasiado mal para que el Supremo se atreviese a mostrarse así en público.
La ex-pareja de moda se sentó a hablar en un banco de Colón, donde el sol era frío pero el ambiente confortable. Guille le contó que Izan se había ido, y que en cierto modo no acabaron bien.
—Es doloroso cuando te rompen el corazón.
Guille se quedó perplejo.
—Lo… ¿Lo sabías?
—Claro que sí. Has sido mi novio, pero también fuiste y eres mi mejor amigo. Cuanto más me hablabas de Izan, más claro tenía que se moría por tus huesos.
Ambos se quedaron mirando el paisaje. La gente pasando por delante, los skaters practicando. La brisa invernal.
—Me ha dolido tanto que se fuera…
—Guille, tu mejor amigo acabó en un centro de rehabilitación, y este era el otro que tenías. Bueno, también está Diego, pero él hizo eso y…
—Diego ha sido un capullo, pero nosotros lo fuimos más. Además, él sí que se muere por tus huesos.
Daniela miró al suelo y sonrió como la colegiala que era. Empezó a juguetear con el pie.
—En realidad, ha pasado esta noche en mi casa. Me dijo que me quería.
—Vaya con el vallecano, nos ha salido romántico.
—Guille —D le cogió de las manos—, las cosas se han vuelto complicadas últimamente con el regreso de Borja, pero siempre he estado ahí por ti y ahora nada ha cambiado en eso.
—Yo también estaré ahí por ti —le caía una lágrima por la mejilla. Al final no resultaba estar hecho de hielo—. Aunque seguramente sea la primera vez en toda nuestra relación.
Los dos se rieron por tal cruda realidad. Al menos Guille maduraba de una vez por todas. Si ya había perdido a un gran amigo, no iba a dejar que ninguno más se alejara de su vida.
El lunes empezó con fuerza. Iba a ser mi última semana en el Octavo, a partir del viernes por la tarde me volvería a Vallecas a cuidar de mi padre. Aproveché el camino a clase para contárselo a Pablo, quien me entendió perfectamente, pero se entristeció como nadie de que me fuera.
La llegada al instituto fue lo turbio. Cómo no, la pandilla al completo charlaba a las puertas y me sería imposible pasar desapercibido. Y el tema es que hoy, justo hoy, quería hacerlo. Bueno, al menos el grupo estaba distraído viendo cómo Claudia vociferaba a Emma por llevar la misma cinta de pelo que ella. Pero entonces llegó Daniela.
—¡Diego! ¿Adónde vas?
Me giré incómodamente. Le cogí de la mano y le solté que se lo contaría dentro, pero ya era demasiado tarde. Borja bajó de su querido pedestal imaginario y se quedó de pie frente a mí.
—Qué desconsiderado. No molestarte ya ni en saludar.
—Tú ni siquiera vienes a estudiar aquí.
—Cuidado con las garras, zorrita, que para tenerlas hay que saber usarlas…
—¡Borja, ya basta! —Sugirió Daniela—. Venga, entremos.
—No tan rapidito, guapa. He oído que dejas una semana el Octavo. ¿Es que ya echas de menos comer de la basura?
—Prefiero comerla que conocerla.
—Muy buena. Aunque no cambies de tema. Se acabó el dinero de tu tía la cazafortunas, ¿no?
—Su padre se muere, cabronazo.
El silencio fue tan intenso que hasta por un momento sentí que no había ni coches en la carretera. Daniela se aferró más fuertemente a mi brazo y Emma también se disculpó. Borja intentó mantener la cara de póker, pero yo sentí cómo se tragaba sus palabras.
—Pues suerte con superar el curso faltando una semana.
—Me voy, Borja. —Suspiró Daniela—. Ya no quiero ser una dorada.
—Qué coño dices, Dan —Claudia se aproximó a su amiga—. ¿Y con quién vas a ir?
—Con Diego, con Pablo, con los cocineros si hace falta. Pero no con gente tan mala, nunca más.
Pillé a Guille observando la escena desde fuera del edificio, con una media sonrisa y sus gafas de sol tapándole la otra mitad del rostro. Estaba… ¿orgulloso de lo que había hecho Dani? ¿O solo de que el reino de Borja se estuviese derrumbando?
Eso ya daba igual. Dani agarró con el otro brazo a Pablo y entró entre ambos al instituto con la cabeza bien alta, el pelo ondeando al viento y los ovarios bien puestos.
“Maneja bien tus palabras, ex-Supremo. Que te quedas sin el populum”
La puerta de casa de mi tía se abrió con mi madre lanzándose a sus brazos. Tatiana les preparó un tila bien cargado y las dos se pusieron al día.
—Está peor que nunca, Lina —mi madre parecía realmente afligida—. Los médicos le han instalado la maquinaria alrededor de la cama porque ya no puede ni levantarse. Tocarle es casi como tirar al suelo una vajilla cara.
—Madre de dios, querida… —Lina se llevó la mano al pecho—. ¿Crees que es buena idea que Diego lo vea en este estado?
—Entiendo lo que dices, y yo tampoco querría que se quedase con esta imagen de su padre como la última que ve, pero le queda tan poco tiempo que no quiero que se vaya y no hayan hablado. Diego va a hacerse mayor justo ahora, quiero que sepa seguir adelante.
—Y me parece estupendo. Además, sabes que aquí tenéis un hogar para lo que sea.
—Muchísimas gracias, cielo. ¿Crees que estoy siendo egoísta llevándome a Diego?
Su hermana le agarró bien fuerte de la mano. Quizá no era la tía más cariñosa del planeta, pero desde luego que valoraba a la familia.
Dejé que Jaime me llevara hasta Vallecas por la de maletas que me había preparado Tatiana para mi vuelta a casa. Me dejó frente a la puerta de mi casa, aunque con la suerte que tenía, era de esperar que mis antiguos amigos pasasen por ahí en ese mismo momento. Samu, El Charli e Iker paseaban con una bolsa de pipas entre las manos, y nada más verme se quedaron petrificados. Pero, no en el mal sentido…
—Diego…
—Samu, hoy no, de verdad. Estoy cansado.
—Sabemos lo de tu padre. Más bien lo sabe toda la calle. Lo siento mucho, tío.
Por un momento, me quedé en blanco. Pero entonces, una sensación de calor atravesó mi pecho y por un momento sentí alivio y confort, como si de verdad volviese a estar en mi hogar.
—¿Qué tal están todos?
—Pues Kevin se piró de la pandilla —me informó Iker—, nadie le aguantaba. Empezó a salir con Sara, pero por lo que hemos oído, no hacen más que discutir. Tamara sigue tocando los huevos pero sin mojar, y nosotros hemos estado sabiendo de ti por tu madre. Ha sido una tía fuerte.
¿Desde cuándo Iker hablaba tanto? Me alegraba por él. Me alegraba por todos. Nos quedamos en silencio mirándonos.
—Bueno… Nos vemos.
—Te —me volví a girar en cuanto escuché a Samu—… ¿Te gustaría quedar algún día de estos?
Les respondí con una sonrisa y entré en casa. Todo volvía a ser como antes… más o menos. Borja me habría quitado a la gente de Serrano, pero por suerte, y gracias al apoyo de mi familia, volvía a tener a la de mi verdadera casa.
Jueves por la noche. Fiesta universitaria. Borja consiguió colar a los golden boys en una de las discotecas más exclusivas de la ciudad. Mucho más que El Halo, mucho más que cualquier local al que hubiesen ido antes. El único problema: ya no eran los mismos dorados de antes. Ya no eran Izan, Emma, Felipe, Daniela, Claudia y Guille. Ahora todos se habían ido, y solo Emma y Guille permanecían sobre el barco… junto a los hermanos Martín, claro.
A pesar de estar ocupando del palco VIP y gozando de dos enormes botellas de champán, el ambiente era hostil, y ni la música podía calmarlo. Claudia cruzó las piernas y se echó el pelo hacia atrás.
—Emma, échame en la copa.
Claudia no recibió respuesta. Al ver a su “amiga”, observó cómo se sacaba un selfie con Guille y una de las botellas. Se estaban riendo y eso a la pobre C no le hacía ni gracia.
—¡Emma! ¡EMMA!
Finalmente se giró. Claudia, con un seco gesto de mano, la enseñó la copa vacía con cara de desprecio. Emma puso los ojos en blanco y le dijo que tenía la botella al lado.
—¿Disculpa? —La Reina Clau se levantó de su sitio y se quedó frente a ella—. ¿Pero quién te crees que eres para decirme lo que tengo que hacer?
—¿Y tú? —Ahora fue Emma la que se levantó—. Llevas todo el curso tratándome como una mierda y se acabó. Esta fiesta es una mierda y da igual que estemos en VIP porque si es con vosotros dos, prefiero irme de fiesta a un barrio chungo —Agarró su bolso y se marchó de allí—. Te veo mañana, Guille.
Ahora solo quedaban tres. Y ninguno de ellos, trigo limpio. ¿Cómo acabaría todo, sabiendo que el trono está hecho solo para un trasero real?
Cuando entré por primera vez en la habitación de mis padres, se me paró el corazón. Mi padre dormía rodeado de cables y una maquinaria que aún sigo sin saber cómo cupo por la puerta de casa. Aquel no era mi padre, era más bien su versión si le hubiese visitado un dementor. Intenté volver a marcharme para no despertarle, pero ya era tarde.
—Dieguito…
—Hola, papá.
Me senté a su lado. Le agarré de la mano, que la tenía fría como el hielo, y me quedé observándole mientras me hablaba.
—¿Y cómo ha ido todo en ese cole de pijos? —Me acabó preguntando. Yo me reí.
—Ha ido bastante bien. Aunque me alegro de volver a casa.
—A veces es bueno regresar a tu hogar —respondió con un hilo de voz—, pero nunca olvides que el camino va hacia fuera. Siempre hacia fuera. Me alegra que al menos no te hayas olvidado de quién eres realmente. En ese mundo es muy fácil perderse.
—Allí todos están perdidos, papá.
No sé por qué, pero al decir eso brotó de mí una estúpida lágrima que atravesó mi mejilla a cámara lenta. Él me seguía mirando. Daba gusto hablar con él, llevaba tanto tiempo sin hacerlo…
—Estoy orgulloso de ti, Diego. Eres fuerte, como tu madre.
—Y como tú.
—Yo ahora no me puedo permitir corroborarlo —intentó reírse, pero se ahogó entre tosidos. Yo me quedé ahí, parado, sin saber qué hacer. Me sentía inútil.
—¿Qué tal si te dejo descansar un poco más y vuelvo luego?
Me respondió con una ligera sonrisa. La más grande que se podía permitir. Mi padre siempre había trabajado y luchado para darnos una vida digna y un hogar a mi madre y a mí. Y yo, desde que me había hecho a Serrano, apenas había buscado tiempo para ir a verles o hablar con ellos. Nunca me había sentido tanto como una mierda…
Días después, por los pasillos del Octavo se respiraba una tensión propia de la época post-Guille. ¿Quién diría que él era el rey blanco de todo esto? Pablo cogió sus cosas del pupitre y salió de la clase, topándose con una humillante escena entre Borja y Gonzalo Campos, el “perdedor” del curso. Un pobre chico del que nadie quería saber nada desde que entró en el centro. Era más bien feillo, delgaducho y muy muy asustadizo. La presa perfecta.
—Venga, contesta —le decía Borja—. ¿Te han cortado la lengua? Vamos.
—Yo, yo…
—¿Es tu madre un cerdito o no? No es difícil de responder, caraculo.
Le dio una bofetada pequeña en la mejilla para espabilarle. Gonzalo estaba a punto de mearse en los pantalones.
—Gonzalo, vete —se atrevió a decir Pablo. Quizá fuese por el hecho de que el Rey B cada vez tenía menos apoyo de sus súbditos, o bien porque no aguantaba más ver a pobres chicos inocentes sufrir el acoso de un capullo integral, pero mi amigo bajó las escaleras de la entrada y, mientras Gonzalo se iba, él se quedó cara a cara con Borja Martín.
—Pablo Pablito Pablo —se rió—. Siempre creí que querías ser otra zorrita más de los dorados, y al final te has vuelto de la chusma del nuevo… Menudo descenso.
—Que lleves colonia de marca no te hace desprender menos hedor a mediocridad.
—Qué coño dices.
—Digo que estás asustado. Que tienes tanto miedo de quedarte solo que actúas como un psicópata. ¿Aunque sabes qué pasa? —Se acercó más a él—. Que hay cosas que son inevitables.
—Como que por ejemplo te destroce la vida.
Borja hizo el ademán de irse, pero para Pablo, aquello no había acabado.
—¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Llamando a la policía e informando de mi trapicheo con las drogas? Ah, no, espera. Si eso el que puede hacerlo soy yo.
La sonrisa de Borja volvió a poner los pelos de punta a Pablo. Se acercó tanto a él que parecía que iba a besarle, pero simplemente susurró a su oido:
—Después de tantos años, y no te das cuenta. Esto es un castillo de naipes, y cuando la base fuerte se desequilibra, las cartas más débiles de arriba caen con ellas. Tú y los tuyos estáis en la cima.
Se dio la vuelta y se marchó.
—No te conviene soplar, Pablo.
«En Serrano, nada cambia.
Y mucho menos cuando el que construyó aquella jerarquía ha vuelto para recomponerla. Cuidado, señorito Martín, no vayas a ser el único que no diferencia entre hombre y monstruo.
Con mucho afecto pero poca fama,
DON»
2 comentarios sobre “Capítulo 11, Parte 4 – Vallecas”