Conforme el tiempo ha ido pasando, las nuevas generaciones se han dejado llevar por dos simples palabras: aquí y ahora. La instantaneidad de Amazon Premium no solo nos ha hecho desearlo todo al toque de un chasquido, sino que nos ha convertido en seres insaciables que buscan sus objetivos sin molestarse en tener un poco de paciencia. Cada minuto es oro, y hay quien puede permitirse perder uno o dos, pero hay a quien le gusta organizar bien lo que le queda de vida.
Martín, a pesar de su prestigiosa fama de mujeriego, trabajaba como editor jefe en una revista de moda masculina, rodeado de mujeres tan poderosas como despampanantes. Y sin embargo, no sentía el más mínimo deseo de acostarse con ninguna de ellas, dado su potente fuerza de voluntad para diferenciar entre placer y trabajo.
Como tampoco tenía mucho tiempo últimamente para conocer chicas nuevas en los ya desterrados bares, decidió darle una oportunidad a las apps de su móvil, como ya le habían recomendado cientos de amigos. Y ahí fue cuando se descargó Tinder.
—¡No he parado de mojar en los últimos cuatro días!
—Baja el tono, nos está mirando todo el mundo.
Mi amigo no encontró mejor momento para contarme sus vivezas sexuales que en medio de la exposición con la que me estrenaba. El camarero nos ofreció un par de copas de su bandeja y las aceptamos con mucho gusto. La galería estaba a rebosar y necesitaba un poco de valor líquido para hacer nuevos contactos. En lo que las burbujas de champán se subían a mi cabeza, Martín me siguió explicando:
—Es tan fácil como… ¿Te gusta? Derecha. ¿No te gusta? Izquierda. ¿Te pone tan perraco que necesitas que ella lo sepa? Para arriba, súper like. Y entre tanto deslizar, acabas haciendo un match, y otro match, y otro match… Hasta que terminas quedando tantas veces que necesitas una bolsa de hielo en la entrepierna.
—Clase. Eres pura clase —dije a modo de reproche, depositando mi copa acabada sobre la bandeja de otro camarero—. Te he oído conversar con tus compañeros de trabajo, ¿por qué no te comportas así al menos hoy?
—¡Porque son inversores de la revista, Enzo! Con ellos no puedo hablar claro, y tú eres mi mejor amigo… —Se estrechó el nudo de la corbata con cierto aire sofisticado—. Pero te prometo que hoy seré el Martín de la oficina.
—Solo quería oír eso —agarré otra copa recién salida del catering—. Yo siempre me he planteado lo de abrirme un perfil en alguna de esas apps, pero a veces pienso, ¿y si conozco al amor de mi vida, y cuando nos preguntan cómo nos conocimos, nos vemos obligados a decir que fue por una aplicación del móvil? Sé que suena anticuado, pero me sentiría como en un episodio de Black Mirror.
—Pues sí que eres un anticuado, tío. Y relaja con el champán —Martín, que seguía por su primera copa, me arrebató la mía de las manos, ya que iba por la mitad de la cuarta, y dejó ambas sobre otra bandeja—. Lo que pasa es que desde que tuviste aquel flechazo en Sol con esa chica de la estatua, todo lo ves enfocado a enamorarse y a tener una vida de cliché americano. ¡Tinder es para un lo hacemos y ya vemos, un kiki rápido o como mucho una nueva amistad!
—Yo solo digo que hay más magia…
—Por supuesto que hay más magia cuando conoces a alguien por casualidad en una librería, o trabajando en una tienda ecológica, como le pasó a Blanca —mientras lo decía, señaló al fondo de la galería a mi amiga, quien se había traído a su novio Oscar a ver la exposición—. Pero ahora nosotros decidimos a quién conocer y a quién no. Y mientras buscas a la indicada, disfruta de la equivocada.
—Esa frase es muy de estado de Tuenti, ¿lo sabías?
En cierto modo, mi amigo tenía razón. Las nuevas generaciones que iban apareciendo lo querían todo rápido y ahora. Y en una ciudad que no para, como es de suponer, la gente deseaba más instantaneidad. Pero ¿acaso aplicaciones como esas no eran las que nos acababan transformando en seres primarios y completamente superficiales? No conocemos a la otra persona, solo su cara, su cuerpo. Quise debatírselo, pero mi jefe Luca apareció de la nada y se presentó ante mi amigo.
—Me alegra que vosotros no bebáis de este champán. Te pone tontorrón al primer sorbo.
Pude oír las carcajadas dentro de la cabeza de Martín.
—Bueno, Enzo, creo que ya es hora de que conozcas a la entusiasta e innovadora artista que ha llevado toda esta serie a cabo.
—Por favor, Luca, ya sabes que detesto los halagos.
La artista de la exposición, Dafne Fablet, apareció tras mi jefe en un desenfadado vestido de Zara. Nada más verla, me quedé por un momento sin habla. Ella me ofreció la mano.
—No puede ser. Eres el chico del Oso y el Madroño.
Mientras le devolvía el saludo, noté la mirada de mi amigo clavada en nuestras manos conexas, agitándose de arriba abajo y tan confusas como sus dueños. Luca se marchó a saludar a unos viejos conocidos, y Martín se acopló al dúo de Blanca y Oscar. Sentí por un momento que nos habíamos quedado solos de verdad, ni un solo alma salvo los nuestros en la galería.
—Me gustó mucho aquel análisis que hiciste de la estatua. Ni siquiera sabía que te dedicases a la escultura.
—No preguntaste.
—Me quedé en blanco. Me dejaste en blanco.
De repente, sentí cómo me ponía rojo como un tomate y ella debió de notarlo. Me estaba entrando un calor insufrible, y recordé las palabras que siempre me decía Martín. Esta vez dejaría mi lado romántico aparcado y me lanzaría como lo haría cualquier joven de esta generación.
—Escucha, Dafne. Quizá sea por el champán, pero necesito soltarlo.
—Si vas a vomitar, mejor salte fuera y que te dé un poco el aire.
En aquel momento no supe si iba de coña o realmente se me veía con mala cara.
—No, no —respondí entre risas de preadolescente—. Quiero comer contigo. Un brunch o un pequeño almuerzo en alguna azotea de por aquí. Conocerte. Me he estado preguntando por tu nombre todo este tiempo, y ahora que lo sé, sé que no sé nada. No tienes ni idea de la de preguntas que se han formulado en mi cabeza desde que te marchaste de la estatua.
—…
—Quiero comer contigo.
Puede que teniendo Tinder, recibir un match te haga sentir aliviado en cierto modo, o deseado e incluso sexy. Pero en cuanto oí las palabras “Me encantaría” salir de la boca de Dafne Fablet, supe que ninguna app podría lograr en mí tal efecto de éxtasis.