Unas semanas después de dar por comenzada nuestra relación, llevé a Dafne de acompañante a una fiesta que el nuevo follamigo de Blanca, Mario, había organizado en su pisito de renta antigua en pleno Malasaña. Nada más llegar nos sumergimos en un ambiente completamente distinto al que solíamos frecuentar, quizá algo más juvenil y despreocupado, lleno de chavales universitarios y escritores de poesía. Me recordaba a mi época de artista adolescente que pasé casi al acabar Bachillerato. En cuanto un chico con boina y americana nos ofreció un par de cervezas frías, nos fuimos a sentar a uno de los sofás en los que quedaba hueco. Allí mismo se encontraba Martín, también recién llegado.
—¿Y Vega? —Le pregunté mientras le saludaba.
—No ha podido, trabajo.
—¡Chicooos!
Blanca vino a recibirnos y seguidamente llegó Mario, un metro ochenta y dos de puro diálogo interior y música de Leiva. Nos estuvimos conociendo durante la primera hora de la fiesta hasta que, tres cervezas y media después, salió el tema del sexo. Ya estaba tardando, pensé.
—¿Sabéis de dónde viene la expresión “echar un polvo”? —Mario parecía realmente emocionado, así que no le cortamos—. Veréis, en las clases altas del siglo XVIII, estaba de moda consumir tabaco rapé, que era como el tabaco de ahora pero en formato polvo. Total, que dado que no era educado esnifarlo delante de otra peña, cuando querían consumir en las fiestas, se ausentaban con el pretexto de “irse a echar un polvo”.
—Mira qué curioso… —comentó Blanca sin motivo aparente.
—Sí, bueno. Pues dado que a veces se ausentaban en esas fiestas, no solo por el rapé, sino para darle al tema entre los invitados, también usaban esa frase a modo de justificación. ¿Qué pasó? Pues que ya debió de haber un momento en el que “echar un polvo” se relacionaba más con el folleteo que con las drogas.
—Qué buena esa —comenté—. Seguro que había mucho puterío en las altas clases. Acabarían todas preñadas o con enfermedades.
—Bueno, no tiene por qué —discrepó Dafne—. El sexo no es solo penetración. Seguro que en aquella época ya sabían divertirse sin el mete-saca.
Martín levantó la mano mientras dio otro sorbo a su cerveza. Todo el mundo iba pedísimo y las canciones de Dorian envolvían el salón.
—Eso es verdad, pero todos sabemos que el verdadero placer aparece cuando se la metes bien hasta el fondo —Mario y él chocaron puños como dos cavernícolas.
—Pues hay estudios que hablan, de hecho, de la falta de necesidad en la penetración para poder disfrutar plenamente del sexo. Y si no, mira a las lesbianas. Algunas sí que usan juegos y consoladores, pero otras simplemente se divierten sin necesidad de un falo.
—Uff, me gusta por donde va esto —confesó Martín—. Bien, Dafne, te reto. Líate con alguna tía de esta fiesta.
Para sorpresa de todos, Dafne agarró a Blanca, a quien tenía a un metro de distancia, y le metió la lengua hasta la campanilla. Lo mejor de todo fue que Blanca no pareció insatisfecha. Martín comenzó a aplaudir como un emperador romano viendo carreras de carros.
—¿Cómo te puedes poner tan machirulo cuando bebes? —Solté entre risas.
—Te toca —respondió Dafne mientras se secaba los labios.
—¿Cómo que me toca?
—Yo me he liado con una tía, ahora tú con un tío.
Martín comenzó a reírse.
—No es lo mismo. Entre dos tíos no queda guay si no hay amor.
—Sí, señor, defendiendo la sexualización del lesbianismo.
—Solamente digo que dos hombres no quedan tan bien dándole al tema. Además, las mujeres enrollándose no pierden tanto como dos tíos haciéndolo.
—Ahí le has dado —exclamé, como si se me hubiese encendido la bombilla—. ¿Por qué tienes que parecer débil si te lías con otro tío? A la mujer siempre se le ha considerado así, por eso no pierden autoridad cuando lo hacen. Pero a los hombres se les estipula unas bases de virilidad, y no podemos dejarlas pasar porque si no “parecemos gais”.
—Tienes razón —confesó Martín, levantándose del sofá—. ¡Eh, tú! —Llamó a Arturo, uno de los compis de trabajo de Blanca, el único gay que parecía haber en la sala—. ¿Te importa si nos liamos un momento?
Gonzalo mostró una mueca de desagrado y se marchó a otro cuarto con un par de amigas. Dafne y el resto nos reímos a más no poder.
—El peligro de las nenas sí, pero el de los nenes…
Eso a Martín no le hizo mucha gracia. Nunca le habían rechazado así, y desde luego que no iba a dejar ahí la cosa.
Poco después de dar por terminada la fiesta, cuando Dafne y yo nos comenzamos a plantear el marcharnos a casa, Martín había estado hablando con Carlos, el compañero de piso de Mario, durante al menos ya media hora. Resultaba ser que era bisexual, y en cuanto Martín lo oyó, se le lanzó de cabeza. Por suerte, esta vez hubo química y lo que comenzaron siendo unos besos inocentes, acabaron en un desayuno con café a la mañana siguiente. En cuanto Martín nos habló de su experiencia con un hombre durante la cena del siguiente sábado, nos confesó que fue muy distinta a las anteriores, en el buen sentido. Y aseguró que, curiosamente, no hizo falta la penetración.