X – El clímax

Te quiero. ¿Cómo un par de palabras pueden contener tanto poder en una sociedad? Te quiero. Si le añades más palabras, pierda fuerza (“Te quiero contar una cosa”), pero si lo dejas en esas ocho letras, ni una más, ni una menos, es como una granada.

En cuanto quisimos darnos cuenta, había llegado el invierno. Nada de ambientes fríos y caras largas; en Madrid, diciembre transcurría con mucho estilo. Luces por Gran Vía, abrigos de alta costura, guantes de pelo por dentro y chocolate caliente en San Ginés. Vivir estas semanas con amigos y familiares era una fábula, pero despertarse junto a la chica más guapa de toda la ciudad… Eso era un regalo de los dioses.

Por eso mismo me levanté aquella fría mañana de sábado tan pronto, para prepararle el desayuno a Dafne Fablet, la artista desenfadada con la que había estado conviviendo bajo las sábanas los últimos meses. “Despierta…”, “¿Qué pasa?”, “Mira lo que tengo”, “Ahí va, ¿y esto?”, “Un desayuno mediterráneo para mi chica francesa”, “Dios mío, Enzo, te quiero”, “…”.

—Eres subnormal —Martín pegó otro bocado a su carrot cake del Starbucks mientras contemplábamos las vistas de Plaza de España y les contaba mi drama mañanero—. Pero dudo que sea algo que desconocieses.

—Esta vez no podría estar más de acuerdo. ¡La quiero, si es que lo sé! Pero ayer me contó algo que me hizo dudar si realmente me rentaba tirarme a la piscina.

—Aunque vaya a quedar como una cursi —sugirió Blanca, posando su pumpkin latte vacío sobre la mesa—, te diré que en el amor, siempre hay que lanzarse. Reservarse algo es una gilipollez, ¿de qué sirve?

—Joder, nena —Vega se ríe desde el cuarto sillón—, desde que te tiras a todo quisqui te has vuelto una Blue Jeans de narices.

—Es cierto, pensadlo. No sé lo que querrás en tu futuro, Enzo, pero chicos, ¿a qué harían una pareja preciosa junto a un par de niñitos medio franceses corriendo con ellos por las playas de Benidorm?

—Es una imagen muy confortable si eliminas a los guiris y jubilados del plano —contestó Martín.

—Dafne se va, por eso no me he atrevido —vomité de pronto—. Un “te quiero” es el clímax de toda relación, y yo no quiero que lleguemos hasta ahí, cuando se va a ir.

Los chicos me miraron fijamente, esperando a que me expresase mejor.

—Se le ha acabado el contrato del alquiler en su piso y ha estado planteándose pillar un viaje a París durante una temporada, para probar suerte en su mundillo artístico. Sería como “volver al hogar”, en palabras exactas.

—¿Y habéis hablado de tener una relación a distancia?

—Vega, me acojona decirle “te quiero”, imagínate hablar de eso.

—Os preocupáis por nada —continuó Martín, terminándose ya el pastel—. Estamos hablando de dos estúpidas palabras que se dicen todo el rato. No sé vosotros, pero cuando yo usaba Tuenti, siempre que alguien me hablaba, aunque no tuviese sentido, nos despedíamos con un “te quiero”. ¿Por qué se le dará tanta importancia?

—Por las películas americanas —dilucidó Vega—. Siempre es el momento importante. Si te quiero, eres mía. Si me quieres, ya está. Fin. Estoy de acuerdo contigo —respondió a Martín—, pero aunque esté sobrevalorado, es un paso crucial en las relaciones.

—Pero qué cínicos sois —Blanca se cruzó de piernas—. El amor es drama, es intensidad, el amor es una películas de colores cálidos y rosáceos. Enzo —se giró hacia mí—. Es que no deberías ni pensártelo. Tú y yo somos los románticos, tú y yo somos los artistas que viven en una película de Woody Allen. Manda a la mierda los miedos ridículos y hazle el “te quiero” más bonito de la historia de la ciudad. Haz de un “te quiero”, toda una novela.

—No, si esta niña cagará peluches… —se rió Vega. Yo también, pero no puse en duda lo que acababa de decir Blanca.

Tenía que conseguir el “te quiero” más auténtico de la historia, y en cuanto quise darme cuenta, la cabeza comenzó a darme vueltas y crear una serie de teorías en mi mente que darían con lo que haría aquella misma noche. Me pasé por la cerrajería y después por casa para prepararme. Sería inolvidable…

El sol se escondió. Yo libraba en la galería pero a ella le tocaba pasarse para comprobar unos temas de sus obras. En cuanto salió, ahí estaba yo. Sintiéndome ridículo y valiente a la vez. Con los nervios a flor de piel y una copa de martini seco en la mano. Dafne se rió y dio un sorbo de ella.

—Mi favorita.

—Mira qué casualidad.

—¿Y qué haces por aquí, a las tantas de la noche, con una copa de martini en plena calle?

—Pura rutina.

Se palpaba la tensión en el ambiente, y aun así, seguía sintiéndose tan a gusto con ella… Dafne se ruborizó y se pasó un mechón por detrás de la oreja.

—¿Crees que deberíamos hablar de una relación a distancia?

—¿Crees que funcionaría?

—Enzo, lo de esta mañana…

—Te quiero, Dafne. —Interrumpí—. Pero son solo palabras, y las palabras se las lleva el viento. Te juro que llevo todo el día pensando en cómo poder redimirme de mi tontería de esta mañana, y es que no tengo ni idea de demostrar lo que eres para mí sin hacer algo tan complicado como un acto tan sencillo.

—Me he perdido.

Metí la mano en mi bolsillo y saqué una llave exactamente igual a la mía, de color blanco, su favorito. Se la metí en su bolsillo y ella sonrió algo confusa.

—Vente a vivir conmigo.

Escrito por

Nacido en el Madrid de 1998. Amante del cine, los libros y su ciudad. Nada como la buena música, la elegancia y vivir la vida siempre siendo uno mismo. Instagram: drigopaniagua. YouTube: Rodrigo Paniagua

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