Ahora que el cuatrimestre se acerca a su ecuador y los trabajos y exámenes empiezan a aparecer, qué mejor que una miniserie de capítulos cortos para poder desenganchar de la rutina sin perder el norte. Si te encuentras en este punto, Amor y Anarquía es una de las nuevas incorporaciones de Netflix, y es justo lo que necesitas.
A modo de sinopsis, Amor y Anarquía podría definirse como una comedia romántica con bastante trasfondo social. Ambientada en Estocolmo, una prestigiosa estratega del marketing y las finanzas empieza una nueva aventura laboral en una editorial de prestigio que no atraviesa su mejor momento. Allí, conocerá a un becario, Max, con el que empezará un juego que acabará convirtiéndose en algo mucho más grande.
La trama se desarrolla a lo largo de 8 capítulos que en ningún caso (salvo puede que el primer episodio) superan la media hora. La creadora de la serie, Lisa Langseth, nos invita a formar parte de la vida de su protagonista, Sofie, a quien acompañamos tanto en su vida laboral como personal. Aparentemente, Sofie podría incluirse en el estrato de los triunfadores. Con un buen trabajo —en el que además es exitosa—, un marido reconocido y adinerado, dos hijos con los que tiene buena relación, un padre cercano, una casa enorme y una vida repleta de comodidades… nada podría irle mal. Sin embargo, cuando conoce a Max —y en cierta medida, al resto de trabajadores de la oficina—, su vida empieza a parecernos cada vez menos idílica. En este sentido, me parece increíble el ejercicio de guion, pues ha logrado un giro de 180 grados que nos deja, en el último episodio, con una situación muy diferente a la imaginada en los primeros capítulos.
El elenco lo terminan de componer los miembros de su familia, entre los que destacan Johan, el marido celoso y poco comprensivo de Sofie, y Lars, su padre, y los demás trabajadores de la oficina: Ronny —el director de la editorial—, Friedrich —un editor bastante purista y clásico—, Denise —la editora más cercana a las ideas y formas de la nueva literatura— y Caroline —la secretaria, el personaje más cómico de todos—.
El ambiente de oficina que se ha logrado con todos estos personajes es inigualable. Las afinidades entre los que mejor se caen, los rifirrafes entre compañeros… e incluso la tensión sexual entre ellos está bastante lograda. Todos los personajes principales aportan algo a la trama, se complementan y hacen de la historia algo más entretenido. Incluso, algunos de ellos tienen sus pequeñas tramas aparte, como es el caso de Friedrich y su jugueteo con la ayahuasca o el de Denis y sus problemas para para poner límite a sus relaciones sentimentales en el trabajo.
Los personajes mejor desarrollados se corresponden con los protagonistas, esto es, con Sofie y Max. A primera vista son dos personas que no pegan ni con cola. Ella es una mujer madura, con una vida estable y un nombre dentro de su profesión que le hace ser un tanto distante y seria. Él, un joven que no encuentra trabajo fijo y se dedica a empalmar contratos temporales, algo más vividor y atrevido. Pero más allá de contemplar a los protagonistas por separado, lo interesante es analizar la relación que surge entre ellos. Después de haber sido descubierta masturbándose en la oficina, un día comienzan un juego inocente por el que se van poniendo mutuamente pequeños retos, lo que desembocará en una amistad muy particular… y algún que otro problema.
El viaje más interesante lo hace Sofie, quien gracias a Max empieza a replantearse, en una edad en la que la sociedad nos obliga a no repensarnos nada, su vida entera. Max le devuelve a su juventud, le aporta un poco de color y caos a su vida y, aunque al principio ella se muestra un poco reticente, termina dejándose llevar para ser ella misma. El viaje de Sofie nos invita a reflexionar sobre la dualidad “ser / deber ser”, esa doctrina que se nos impone desde que somos pequeños.
En lo que se refiere a las cuestiones técnicas, Amor y Anarquía podría decirse que es la típica serie nórdica, con una estética sobria y una ambientación naturalista. El juego de cámara sigue el recurso propio de las mockumentary, es decir, la cámara no está fija y se mueve entre los personajes, regalándonos de vez en cuando algún que otro zoom hacia alguno de ellos y haciéndonos partícipes de sus pensamientos.
Por último, cabría mencionar la reivindicación social que esconden las secuencias de esta serie.
A lo largo de los episodios podemos ver cómo el padre de Sofie (Lars) va “desvariando” cada vez más, degenerando de su aparentemente inicial coherencia y devoción política a una especie de trastorno compulsivo. El viaje de Lars hacia la locura coincide con el viaje de Sofie a la libertad. La creadora hace algo muy inteligente cuando los dos viajes son criticados por un mismo personaje, Johan, el marido de Sofie. Llegado un punto de la serie, Johan llega a “advertirle” a Sofie que los cambios que está experimentando son una prueba de la locura que ha heredado de su padre. A partir de aquí empieza a intentar dirigir la vida de la protagonista, tanto en el terreno familiar —el decide los planes, que hay que hacer con el abuelo, como celebrar la fiesta de la hija…— como en el profesional —llega a medio coaccionar a Sofie para que abandone su trabajo y se muden todos a Londres para que él pueda disfrutar de una increíble oportunidad profesional mientras ella se queda en casa—, todo bajo el paternalista argumento de “lo hago por tu bien”.
El hecho de que este personaje se sirva de la presunta locura de Lars para intentar imponer su voluntad sobre la vida de Sofie tiene una carga crítica abrumadora. Foucault consideraba que la locura no era un cuestión clínica, psiquiátrica o psicológica que se mantuviese constante en el tiempo, sino que su definición iba cambiando a lo largo de la historia y en función de la sociedad. A este respecto, decía que, en las sociedades, el poder lo detentan aquellos con la capacidad de definir qué es la locura, lo que les permite estigmatizar a determinados grupos para que no tengan voz y queden aislados. Precisamente, esta es la estrategia que intenta Johan con Sofie una vez esta emprende el camino de su libertad.
Pero no solo podemos ver esto aplicado a Sofie, sino que también lo vemos en el caso del propio Lars. Que es una persona vehemente, demasiado temperamental y con una escasa capacidad para adaptarse a las situaciones es un hecho, pero, aunque en la serie le llegamos a ver encerrado en un centro psiquiátrico, lo que se nos muestra de Lars es que es un idealista, un soñador que sigue creyendo en la posibilidad de hacer del mundo un lugar mejor. Esta es una tarea demasiado difícil en los tiempos que corren, y por eso la sociedad le niega su valor y le toma por loco. La serie nos incita a pensar qué discursos tendemos a intentar perseguir con tal de no salir de nuestra zona de confort. No sé si habrá sido la intención de la creadora, pero a mí me recuerda al Quijote, un soñador demasiado optimista y fiel a sus ideas como para poder ser tolerado.
Me parece que Langseth ha hecho un trabajo fantástico con esta serie, que es capaz de entretenernos y reivindicar a partes iguales. No querría pasar por alto la naturalidad y el oportunismo con el que se ha atrevido a tocar el tema de la masturbación femenina, algo que rompe tabús y visibiliza una realidad (cotidiana para muchas mujeres) que hasta ahora siempre se había hipersexualizado o ridiculizado.
Por eso y todo lo dicho anteriormente, se lleva una nota de 4,7 sobre cinco.
Amor y Anarquía es una serie perfecta para desconectar y pasar un buen rato, pero merece la pena observarla con los ojos bien abiertos y la mirada crítica, pues esconde mucho más de lo que parece.
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